OTRA PERSPECTIVA
Todo el poder: señales de una democradura mexicana
Opinion de Jose Rafael Moya Saavedra
Anoche, en el salón de plenos de
la Suprema Corte, cuatro figuras se alzaron como símbolo de una nueva etapa en
la vida pública mexicana: Claudia Sheinbaum en la Presidencia; Sergio
Gutiérrez en la Cámara de Diputados; Laura Itzel Castillo en el
Senado; y Hugo Aguilar, nuevo presidente de la Corte, exfuncionario
cercano a López Obrador.
Por primera vez en tres décadas, el oficialismo controla simultáneamente los
tres poderes de la Unión.
La escena fue presentada como una
“colaboración institucional”, pero el mensaje es claro: después
de años de confrontación con jueces, magistrados y organismos autónomos, la 4T
ha logrado algo que ni el PRI en sus últimos años ni el PAN en su momento de
auge pudieron alcanzar: un poder sin contrapesos efectivos.
Democracia, autoritarismo, dictadura… y la sombra de la
democradura
Las palabras importan. Decir “democracia”
sigue sonando a promesa de igualdad y libertades; decir “dictadura”
sigue oliendo a cárcel, censura y miedo. Pero lo inquietante está en el medio:
en ese terreno gris donde los gobiernos llegan por el voto, pero gobiernan como
si fueran dueños.
Democracia
En teoría, es el ideal: el poder
del pueblo expresado en elecciones libres, con instituciones que equilibran al
Ejecutivo, con jueces independientes, libertad de prensa y ciudadanos capaces
de criticar sin miedo. Su fuerza radica en la diversidad y en el respeto a la
ley.
Autoritarismo
Cuando un líder concentra poder y
usa el Estado como prolongación de su voluntad, la democracia empieza a
resquebrajarse. El autoritarismo no siempre cancela elecciones: a veces las
manipula, controla medios, persigue críticos o debilita contrapesos hasta
vaciarlos de sentido.
Dictadura
La dictadura es la forma extrema
del autoritarismo: la desaparición total de libertades, el encarcelamiento de
opositores, la censura abierta y el control absoluto del poder. No disimula: se
impone con miedo, represión y fuerza.
Democradura
La palabra suena incómoda, pero
define demasiado bien nuestro presente. Son regímenes que conservan las urnas,
pero vacían las instituciones. Gobiernos que se apoyan en su legitimidad
electoral para debilitar la justicia, silenciar la prensa, reescribir las
reglas y concentrar el poder en una sola voz.
La democradura es peligrosa porque se siente legítima: se apoya en el pueblo
para callar al pueblo. Dice defender la democracia, pero en realidad solo
defiende al líder.
La democracia no muere de un día
para otro. No necesita tanques en la calle ni discursos de botas. Muere en
silencio: en cada ley aprobada a golpe de mayoría, en cada juez desacreditado
desde un micrófono, en cada periodista convertido en enemigo del pueblo.
Es la democracia domesticada, la que obedece al líder y no a las instituciones.
El autoritarismo que se disfraza
El autoritarismo de hoy no se
llama dictadura. Se viste de urnas, presume encuestas, pero teme al debate.
Prefiere aplaudidores antes que opositores. Se alimenta de la polarización,
porque dividir es gobernar.
La dictadura sin uniforme
La dictadura clásica —la de los
militares con gafas oscuras y comunicados en cadena nacional— parece cosa del
pasado. Pero en Venezuela, Nicaragua o Cuba todavía se recuerda que esa cara
existe: censura abierta, presos políticos, opositores en el exilio.
Ahí ya no hay disimulo. Ahí la democracia no es adorno: es cadáver.
El espejo roto de América
- En México,
la mayoría legislativa se convierte en máquina de reformas que tensan la
Constitución.
- En Brasil
y Estados Unidos, los populismos de derecha han puesto a prueba la
resistencia institucional.
- En El
Salvador, el aplauso popular cubre el desmantelamiento de garantías
básicas.
- En Venezuela
y Nicaragua, el experimento ya mutó en dictadura abierta.
Colofón
La pregunta no es si queremos democracia o dictadura.
La pregunta real es: ¿cuánto autoritarismo estamos dispuestos a tolerar
antes de admitir que ya no vivimos en democracia?
Porque la democradura no avisa:
se instala poco a poco. Y cuando despertamos, ya no hay parlamento que escuche
ni jueces que resistan. Solo queda la voz del líder, amplificada hasta el
cansancio, ocupando el lugar de todas las demás.
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