martes, 2 de septiembre de 2025

 



OTRA PERSPECTIVA

Todo el poder: señales de una democradura mexicana

Opinion de Jose Rafael Moya Saavedra

Anoche, en el salón de plenos de la Suprema Corte, cuatro figuras se alzaron como símbolo de una nueva etapa en la vida pública mexicana: Claudia Sheinbaum en la Presidencia; Sergio Gutiérrez en la Cámara de Diputados; Laura Itzel Castillo en el Senado; y Hugo Aguilar, nuevo presidente de la Corte, exfuncionario cercano a López Obrador.

Por primera vez en tres décadas, el oficialismo controla simultáneamente los tres poderes de la Unión.

La escena fue presentada como una “colaboración institucional”, pero el mensaje es claro: después de años de confrontación con jueces, magistrados y organismos autónomos, la 4T ha logrado algo que ni el PRI en sus últimos años ni el PAN en su momento de auge pudieron alcanzar: un poder sin contrapesos efectivos.

Democracia, autoritarismo, dictadura… y la sombra de la democradura

Las palabras importan. Decir “democracia” sigue sonando a promesa de igualdad y libertades; decir “dictadura” sigue oliendo a cárcel, censura y miedo. Pero lo inquietante está en el medio: en ese terreno gris donde los gobiernos llegan por el voto, pero gobiernan como si fueran dueños.

Democracia

En teoría, es el ideal: el poder del pueblo expresado en elecciones libres, con instituciones que equilibran al Ejecutivo, con jueces independientes, libertad de prensa y ciudadanos capaces de criticar sin miedo. Su fuerza radica en la diversidad y en el respeto a la ley.

Autoritarismo

Cuando un líder concentra poder y usa el Estado como prolongación de su voluntad, la democracia empieza a resquebrajarse. El autoritarismo no siempre cancela elecciones: a veces las manipula, controla medios, persigue críticos o debilita contrapesos hasta vaciarlos de sentido.

Dictadura

La dictadura es la forma extrema del autoritarismo: la desaparición total de libertades, el encarcelamiento de opositores, la censura abierta y el control absoluto del poder. No disimula: se impone con miedo, represión y fuerza.

Democradura

La palabra suena incómoda, pero define demasiado bien nuestro presente. Son regímenes que conservan las urnas, pero vacían las instituciones. Gobiernos que se apoyan en su legitimidad electoral para debilitar la justicia, silenciar la prensa, reescribir las reglas y concentrar el poder en una sola voz.
La democradura es peligrosa porque se siente legítima: se apoya en el pueblo para callar al pueblo. Dice defender la democracia, pero en realidad solo defiende al líder.

 La democracia domesticada

La democracia no muere de un día para otro. No necesita tanques en la calle ni discursos de botas. Muere en silencio: en cada ley aprobada a golpe de mayoría, en cada juez desacreditado desde un micrófono, en cada periodista convertido en enemigo del pueblo.
Es la democracia domesticada, la que obedece al líder y no a las instituciones.

El autoritarismo que se disfraza

El autoritarismo de hoy no se llama dictadura. Se viste de urnas, presume encuestas, pero teme al debate. Prefiere aplaudidores antes que opositores. Se alimenta de la polarización, porque dividir es gobernar.

La dictadura sin uniforme

La dictadura clásica —la de los militares con gafas oscuras y comunicados en cadena nacional— parece cosa del pasado. Pero en Venezuela, Nicaragua o Cuba todavía se recuerda que esa cara existe: censura abierta, presos políticos, opositores en el exilio.
Ahí ya no hay disimulo. Ahí la democracia no es adorno: es cadáver.

El espejo roto de América

  • En México, la mayoría legislativa se convierte en máquina de reformas que tensan la Constitución.
  • En Brasil y Estados Unidos, los populismos de derecha han puesto a prueba la resistencia institucional.
  • En El Salvador, el aplauso popular cubre el desmantelamiento de garantías básicas.
  • En Venezuela y Nicaragua, el experimento ya mutó en dictadura abierta.

Colofón

La pregunta no es si queremos democracia o dictadura.
La pregunta real es: ¿cuánto autoritarismo estamos dispuestos a tolerar antes de admitir que ya no vivimos en democracia?

Porque la democradura no avisa: se instala poco a poco. Y cuando despertamos, ya no hay parlamento que escuche ni jueces que resistan. Solo queda la voz del líder, amplificada hasta el cansancio, ocupando el lugar de todas las demás.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

  OTRA PERSPECTIVA  Bukele: el populismo millennial Parte 4: Populismo en América: espejos y contrastes Opinion de Jose Rafael Moya Saavedra...