OTRA PERSPECTIVA
Matar sin Tocarlos: Crónica de un Exterminio
Silencioso
Opinion de Jose Rafael Moya Saavedra
En un país donde las desapariciones no siempre
implican capuchas ni camionetas, miles mueren sin tumba ni expediente, víctimas
de un sistema de salud que extingue por omisión. Esto también es lesa
humanidad, aunque llegue sin balas, solo con recetas vacías.
Introducción
México está sumido en una
crisis humanitaria doblemente invisible. Por un lado, la tragedia de las
desapariciones forzadas ha alcanzado niveles alarmantes: más de 126,000
personas han sido reportadas como desaparecidas, muchas de ellas con
participación directa de agentes del Estado o bajo su aquiescencia.
Recientemente, el Comité de la ONU contra la Desaparición Forzada activó el
procedimiento del Artículo 34 de la Convención Internacional, señalando
la existencia de una práctica sistemática y generalizada en el país, lo
cual constituye un posible crimen de lesa humanidad. A pesar de ello, el Estado
mexicano ha negado que exista una política deliberada detrás de estas
desapariciones, apelando a su supuesta colaboración internacional y su "compromiso
con los derechos humanos".
Sin embargo, más allá del
secuestro y la tortura física, existe otra forma de desaparición más discreta,
pero igualmente letal: el exterminio por omisión del sistema de salud
público. Millones de mexicanos enfrentan diariamente un Estado que no los
desaparece en un operativo nocturno, pero los condena lentamente al
deterioro y la muerte al negarles medicamentos, cirugías, quimioterapias o
tratamientos básicos. Esta forma de violencia estructural no deja huellas en
fosas clandestinas, pero sí en estadísticas de mortalidad, en salas de espera
vacías, en recetas sin surtir, en la mirada de una madre que pierde a su hijo
por falta de insulina o asparaginasa.
Entre 2021 y 2025, el sistema
de salud mexicano ha fallado en surtir hasta 70,000 recetas diarias,
especialmente de medicamentos vitales como insulina, anticonvulsivos y
tratamientos oncológicos infantiles. La tasa de sobrevida de niños con cáncer
cayó del 80% al 52%, una cifra brutal en cualquier país que se diga democrático
y justo. Casos documentados muestran cómo la corrupción, el desvío de recursos,
y la operación de redes como el llamado "Cártel de las Medicinas"
han convertido la salud pública en un campo de exterminio burocrático.
En este contexto, el presente
ensayo propone un Paralelismo necesario entre las desapariciones
forzadas —ya reconocidas por instancias internacionales como crímenes de lesa
humanidad— y las muertes provocadas por la negligencia sistemática en el sector
salud. Ambos fenómenos comparten rasgos definitorios: privación de derechos
fundamentales, participación o aquiescencia estatal, invisibilización de las
víctimas y continuidad del daño. Ambas formas de exterminio son silenciosas,
estructurales y profundamente impunes.
Hoy, en México se mata sin
tocar, desde la ventanilla que no entrega medicamentos hasta el quirófano
cerrado por falta de equipo. El cuerpo no desaparece, pero el ciudadano es
borrado de su derecho a vivir. Y eso, también, es lesa humanidad.
Capítulo 1: México ante el Espejo de la ONU
Desapariciones forzadas como crimen de lesa
humanidad
En abril de 2025, el Comité de las Naciones Unidas contra
las Desapariciones Forzadas (CED) dio un paso inédito: activó el procedimiento
del artículo 34 de la Convención Internacional para la Protección de Todas
las Personas contra las Desapariciones Forzadas, un mecanismo reservado para
casos extremos en los que existe evidencia sólida de prácticas sistemáticas y
generalizadas por parte de un Estado. Esta decisión colocó a México bajo una
lupa internacional, al considerar que las desapariciones forzadas en el país no
son hechos aislados, sino parte de un patrón estructural con posible responsabilidad
estatal directa o por omisión.
La respuesta del gobierno
mexicano fue inmediata y frontal: negó categóricamente la existencia de una
política de Estado que permitiera, tolerara o promoviera dichas prácticas. La
Secretaría de Gobernación y la Secretaría de Relaciones Exteriores afirmaron
que México "no consiente ni ordena desapariciones forzadas", y
que mantiene una colaboración activa con mecanismos internacionales de derechos
humanos. Paralelamente, figuras del oficialismo, como el presidente del Senado
Gerardo Fernández Noroña, desacreditaron públicamente el informe de la ONU,
tildándolo de "infundado" y "sesgado".
Pero las cifras son difíciles
de ignorar: más de 126,000 personas permanecen desaparecidas en México,
según el Registro Nacional. Tan solo Jalisco concentra más de 15,000 casos,
mientras estados como Tamaulipas, Guerrero, Sonora y la Ciudad de México
presentan niveles igualmente alarmantes. Si bien muchos casos están ligados al
crimen organizado, múltiples investigaciones académicas y peritajes judiciales
confirman la implicación activa de policías municipales, estatales,
militares y otros funcionarios públicos. En al menos 25 estados, se ha
documentado la participación directa de agentes del Estado entre diciembre de
2018 y agosto de 2023, afectando a al menos 141 víctimas.
Casos como el de Claudia
Uruchurtu Cruz, activista desaparecida en Oaxaca tras denunciar corrupción
municipal, o el de José Alberto Serna Rojas, detenido por policías y
posteriormente asesinado en la Ciudad de México, ilustran la dimensión política
y estructural de estas prácticas. Incluso con sentencias judiciales que
reconocen estos crímenes como desapariciones forzadas agravadas, el gobierno
federal ha evitado incorporar estos casos en sus registros oficiales,
perpetuando un manto de negación institucional.
La activación del artículo
34 por parte del CED constituye un parteaguas. De mantenerse la negativa
mexicana a reconocer y corregir esta realidad, la ONU puede llevar el caso a la
Asamblea General, abriendo la puerta a medidas de presión diplomática
internacional más contundentes.
Al mismo tiempo, mientras las
instituciones se repliegan, los colectivos civiles se organizan. Grupos como "Hasta
Encontrarte", "Buscadoras de Guanajuato" o "Madres
Buscadoras de Sonora" han localizado restos humanos, descubierto fosas
clandestinas y hasta confrontado directamente al crimen organizado, todo ante
la pasividad —y en ocasiones hostilidad— del Estado. Su labor, aunque heroica,
revela el abandono institucional y el profundo dolor de una sociedad que
debe buscar a sus muertos sin apoyo, sin justicia y sin verdad.
México se ha convertido, así,
en un país donde la desaparición es parte de lo cotidiano, donde los delitos
son persistentes, y donde el crimen se viste de uniforme o de burócrata. La violación
continua, uno de los elementos definitorios del delito de desaparición
forzada, se extiende desde el momento en que se arrebata la libertad de una
persona hasta la eterna incertidumbre de sus familiares.
La ONU ha hablado. Los números gritan. Las familias marchan
con palas, no con pancartas. Y el Estado, entre tecnicismos y excusas, se
niega a escuchar el eco de sus propios desaparecidos.
.
Capítulo 2: El Otro Exterminio
El sistema de salud como mecanismo de muerte
No todos los desaparecidos en
México han sido secuestrados con violencia o trasladados a fosas clandestinas.
Algunos simplemente no recibieron su medicina a tiempo. Otros murieron
esperando una cirugía. Muchos más se extinguieron en vida, empujados al abismo
por una burocracia que niega tratamientos, cierra quirófanos o distribuye
placebos con logos oficiales.
En un país donde el Estado se
escuda en tecnicismos, el derecho a la salud ha sido vaciado de
contenido y transformado en un simulacro. Las cifras no mienten: en 2025,
entre 28,000 y 70,000 recetas no se surten diariamente en instituciones
públicas como el IMSS, ISSSTE y el sector salud de las Fuerzas Armadas.
Entre 2021 y 2023, el país acumuló más de 44 millones de recetas no surtidas,
muchas de ellas relacionadas con enfermedades crónicas, neurodivergencias,
epilepsia, cáncer y salud mental.
La tragedia es particularmente
brutal en el caso de la oncología pediátrica. La tasa de sobrevida de
niños con cáncer, que en 2018 era del 80%, cayó al 52% en 2025.
El motivo no es médico ni científico: es político. La falta de medicamentos
esenciales como L-Asparaginasa, Metrotexato o Daunorubicina ha dejado a miles
de familias en la disyuntiva de morir en silencio o hipotecar su futuro en el
mercado negro de la esperanza. La falta de acceso a la salud ha dejado más
tumbas que el crimen organizado.
El sistema no colapsó: fue
saboteado desde adentro. Casos de corrupción como la licitación anulada por
13 mil millones de pesos en medicamentos revelan un entramado donde la negligencia
es política de Estado. Empresas como Birmex, Laboratorios Pisa y Romedic
(vinculada al llamado "Clan" cercano al expresidente López Obrador)
han sido señaladas por vender medicamentos con sobreprecios de hasta 1,000%,
entregas incompletas, o insumos que simplemente nunca llegaron a su destino.
La corrupción no sólo es un delito administrativo: es
una sentencia de muerte para miles.
En paralelo, hospitales
públicos enfrentan quirófanos cerrados por falta de personal, equipo o
energía eléctrica. En 2025, aunque se reabrieron 99 quirófanos en zonas
marginadas, los tiempos de espera para cirugías no urgentes subieron a una
media de 121 días, y hasta 236 días en cirugía plástica
reconstructiva. ¿Qué significa esto en la vida real? Significa perder
órganos, movilidad o la vida misma, mientras se espera un turno que nunca
llega.
El desabasto también es
sistemático en áreas como salud mental: medicamentos como el Metilfenidato
(para TDAH) o antiepilépticos como Levetiracetam han desaparecido del cuadro
básico, obligando a los pacientes a caer en crisis, recaídas o aislamiento
social. Las familias de personas con trastornos mentales han sido invisibilizadas,
ignoradas y reducidas a números en hojas de Excel que no reflejan el
sufrimiento humano.
El Estado ha respondido con
promesas: producción local mediante Birmex, reactivación de importaciones, y
plataformas públicas para "transparentar" precios. Pero la
muerte no espera a que lleguen las licitaciones. La Megafarmacia del
Bienestar —proyecto estrella del gobierno— ha fracasado en surtir miles de
recetas. A cambio, ha surtido indignación, protesta y duelo.
Lo más escalofriante es que
esta tragedia ocurre sin necesidad de una pistola ni una orden de
aprehensión. No hay capuchas ni camionetas sin placas. Solo hay sellos de "fuera
de servicio", listas de espera, recetas con tachones y padres que
venden el coche para intentar salvar a sus hijos. Y cuando todo falla, una
muerte sin nombre, sin expediente, sin justicia.
Este capítulo del exterminio no tiene fosas...
Tiene archivos clínicos vacíos.
Capítulo 3: Paralelismo Analítico
Cuando la muerte se administra desde
escritorios
A primera vista, la
desaparición forzada y la muerte por falta de atención médica parecen fenómenos
distintos. Una es brutal, inmediata, ejecutada con violencia directa. La otra
es lenta, burocrática, ejecutada con sellos, recortes y omisiones. Pero al observarlas
detenidamente, se revelan como hermanas del mismo crimen estructural: la
negación sistemática de los derechos fundamentales por parte del Estado.
Ambos procesos comparten un
mismo origen: la indiferencia deliberada y la impunidad institucionalizada.
Uno actúa en las sombras con la complicidad de uniformes; el otro opera bajo la
luz fluorescente de un hospital sin insumos. Ambos exterminan.
A continuación, se establece un paralelismo detallado que
desmonta la falsa dicotomía entre el acto directo y la omisión criminal:
·
Lo que se niega con un balazo, también puede
negarse con unas palabras “no tenemos su medicamento”
· Lo que
se borra con cal sobre una fosa, también puede borrarse con una carpeta médica
sin tratamiento.
· Lo que
se ejecuta con violencia física, también se perpetra con omisión estructural.
Este paralelismo no busca
banalizar la desaparición forzada, sino visibilizar el otro rostro del
exterminio, ese que no genera marchas masivas, pero sí funerales
silenciosos. Ese que no aparece en la prensa internacional, pero sí en las
listas de espera de un hospital público.
La omisión dolosa también
es violencia, y su sistematicidad exige una revisión profunda de su
calificación jurídica: cuando miles mueren por decisiones administrativas
deliberadas, por corrupción normalizada, o por desprecio institucional a los
más vulnerables, estamos frente a una nueva forma de crimen de lesa
humanidad.
Y el verdugo, esta vez, no lleva pasamontañas.
Lleva credencial institucional, escritorio y
sello oficial.
Capítulo 4: ¿Es el Exterminio Silencioso un
Crimen de Lesa Humanidad?
La omisión mortal bajo el escrutinio del
derecho internacional
Desde Nuremberg hasta La Haya,
la historia del derecho internacional ha reconocido que no todo crimen requiere
una bala. El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, en su artículo
7, establece una categoría de delitos que trascienden fronteras, ideologías
y gobiernos: los Crímenes de lesa humanidad. Entre ellos, figuran no
solo asesinatos y torturas, sino también actos "inhumanos que causen
intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad
física o la salud mental o física de una persona", cuando se cometen
como parte de un ataque generalizado o sistemático contra la población civil.
Esta definición, por sí sola,
ya encaja con muchas de las prácticas documentadas en el colapso estructural
del sistema de salud en México.
El exterminio —según el
artículo 7.1.b del Estatuto de Roma— no implica únicamente el asesinato
masivo en campos de concentración. También puede ser cometido "mediante
la imposición intencional de condiciones de vida, como la privación del acceso
a alimentos o medicinas, encaminadas a causar la destrucción de una parte de la
población".
Esto ya no es solo teoría
jurídica. En 2023, la Corte Penal Internacional consideró admisible una
denuncia contra el gobierno de Etiopía por su rol en la crisis de Tigré, donde
el bloqueo de asistencia médica y alimentos a civiles fue interpretado como una
forma moderna de exterminio. Un precedente claro que abre la puerta a revisar
otras omisiones estructurales bajo la misma lupa.
En México, los elementos están presentes:
· Ataque
generalizado: El desbasto afecta a millones en todo el
país, con mayor intensidad en sectores vulnerables (pobres, enfermos crónicos,
personas con discapacidad, menores).
· Conocimiento
del ataque: Las autoridades tienen información clara y
sistemática desde al menos 2019 sobre las fallas del sistema de distribución de
medicamentos, y no han corregido el problema.
· Participación
estatal: No se trata de una falla privada, sino de un entramado
estatal donde intervienen directamente instituciones como el IMSS, ISSSTE,
CEAV, Birmex, la Secretaría de Salud y Hacienda.
· Impunidad
estructural: A pesar de investigaciones periodísticas, que
documentan desvíos, sobreprecios y negligencia criminal, no hay sanciones
contra funcionarios de alto nivel. Solo despidos tácticos de mandos medios.
Nadie asume responsabilidad por los muertos.
El caso de los niños con
cáncer es paradigmático. Desde 2019, asociaciones civiles han denunciado la
falta de quimioterapias, y el gobierno ha respondido con minimización,
propaganda o acusaciones de golpismo mediático. La tasa de sobrevida
infantil cayó casi 30 puntos, y los padres han sido criminalizados o ignorados.
Si en el ámbito internacional
se ha comenzado a calificar el "homicidio por omisión estructural"
como crimen de lesa humanidad, ¿por qué seguir negando esa categoría al
contexto mexicano?
La negligencia sistemática no es una falla de gestión.
·
Es una estrategia de exterminio cuando
persiste, se conoce y no se corrige.
·
Es violencia cuando no se entrega una
medicina y se conoce el resultado: la muerte.
·
Es un crimen cuando el Estado decide que
una vida cuesta menos que una licitación.
La comunidad internacional
debe dejar de ver el exterminio solo como algo que ocurre con bayonetas y
hornos. Hoy, también se perpetra con oficios, licitaciones, omisiones y
excusas.
Y si el crimen cambia de rostro, el derecho debe cambiar
de espejo.
Capítulo 5: Lo que el Estado borra, la sociedad
recuerda
Resistencia civil y memoria frente al
exterminio silencioso
Cuando el Estado desaparece,
niega y omite, algo más poderoso emerge desde abajo: la resistencia
organizada y la memoria de los que no olvidan. En todo México, mientras los
escritorios acumulan expedientes con tratamientos inconclusos y las
autoridades ensayan comunicados vacíos, la sociedad civil se ha convertido
en el verdadero rostro del Estado que debería ser.
Los colectivos de búsqueda —como
Hasta Encontrarte, Buscadoras de Guanajuato, Madres Buscadoras de Sonora—
ya no solo excavan en tierra, también excavan en archivos, en instituciones, en
la verdad. Armadas con palas y fotografías, enfrentan no solo al crimen
organizado, sino a la indiferencia institucional que mata dos veces: al
desaparecido y a quien lo busca.
Pero hay otro tipo de búsqueda
que también arde en las salas de espera de hospitales: padres que recorren
farmacias, madres que venden autos para pagar quimioterapias, activistas que
documentan las fallas del sistema de salud como si fueran peritos del abandono.
Esas luchas se cruzan. Porque
en el fondo, ambas son luchas por lo mismo: por la vida frente a un Estado
que ha renunciado a protegerla.
La sociedad mexicana ya no
solo exige justicia, exige algo más radical: que se nombre lo innombrable,
que se reconozca que el dolor tiene causa, rostro y responsables. Que el olvido
no sea política de gobierno, y que el silencio no siga siendo el único lenguaje
permitido para los que mueren sin diagnóstico, sin medicina, sin justicia.
Periodistas, médicos en
resistencia, enfermeras sin insumos, colectivos, académicos y pacientes han
levantado una red de testimonios, datos y verdades incómodas. En ellos
vive la dignidad de un país que se resiste a ser sepultado bajo excusas
presupuestales.
Porque hay algo que ni la
desaparición ni la negligencia pueden borrar:
la memoria de los que insisten, los que
escriben, los que gritan por los que ya no están.
Conclusión General
Matar sin tocarlos también es matar
En México, la desaparición
ya no requiere violencia física. Puede ejecutarse con sellos, contratos
amañados, discursos vacíos y excusas técnicas. Lo vimos en los campos de
exterminio clandestino del crimen organizado, y lo vemos en las salas vacías
del sistema de salud pública.
Ambos escenarios tienen algo
en común: el Estado no solo falla, elude responsabilizarse
Sea con uniformes y armas, o
con escritorios y omisiones, se trata del mismo crimen: la negación estructural
del derecho a vivir. La diferencia no está en los métodos, sino en el nivel de
hipocresía. Uno mata con saña, el otro con sellos. Uno con fosas, el otro con
recetas vencidas.
Y si el Estatuto de Roma nos
dice que exterminar es imponer condiciones de vida destinadas a destruir parte
de una población, entonces hay que decirlo con todas sus letras:
El exterminio por omisión también es crimen de
lesa humanidad.
· No
basta con reconocer el dolor. Hay que denunciar la política que lo produce.
· No
basta con llorar a los muertos. Hay que exigir justicia por los asesinados sin
bala.
· No
basta con reformar el sistema. Hay que nombrar el crimen y a sus cómplices.
Porque matar sin tocarlos, también es matar.
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