OTRA PERSPECTIVA
Título: Jueces bajo sospecha: el crimen
organizado en la boleta del 2025
Opinion de Jose Rafael Moya Saavedra
Índice
- Introducción
Votar por la justicia… ¿o por la impunidad? - Capítulo
1: La lista negra
Perfiles judiciales con vínculos criminales y antecedentes graves - Capítulo
2: Omisiones que huelen a impunidad
Errores administrativos, duplicidades, y expedientes vacíos - Capítulo
3: ¿Dónde está la vigilancia institucional?
Silencio del Poder Judicial, omisiones del Comité Evaluador y descontrol legislativo - Capítulo
4: Mano negra partidista
La influencia de Morena, candidaturas afines y la operación territorial del oficialismo - Interludio
– Radiografía de una elección bajo sospecha
Tabla-resumen de aspirantes, irregularidades, vínculos políticos y riesgos detectados - Conclusión
¿Elección judicial o simulacro disfrazado de democracia? - Llamado
final a la ciudadanía
Por una justicia limpia, imparcial y digna: exigencias urgentes antes del 1 de junio
Introducción | Votar por la justicia… ¿o por la
impunidad?
El próximo 1 de junio, México
celebrará un hecho inédito: la ciudadanía elegirá a jueces y magistrados
federales mediante el voto directo. La reforma constitucional de 2024 prometía
acercar la justicia al pueblo, democratizar sus estructuras y devolverle
legitimidad a un poder largamente cuestionado.
Pero lo que comenzó como una
propuesta para dignificar la toga, hoy está teñido de sombras.
Una investigación conjunta de
organizaciones como Defensorxs, Justicia en la Mira y
medios como Infobae y El País ha revelado que al menos 13
candidatos judiciales —de los más de 3,400 aspirantes registrados— tienen vínculos
documentados o señalamientos públicos por crimen organizado, corrupción,
violencia sexual y negligencia institucional. Una cifra que alarma, pero no
sorprende, en un país donde el narcotráfico se ha infiltrado en casi todos los
órdenes del poder.
La pregunta es brutal pero necesaria:
¿Estamos
por elegir a quienes nos juzgarán… o a quienes ya fueron parte del delito?
Capítulo 1 | La lista negra: rostros con toga y antecedentes criminales
En un sistema judicial
sobrecargado y desacreditado, los nombres de quienes aspiran a juzgar a otros
deberían inspirar confianza. Pero la boleta electoral de 2025 contiene una
nómina que, en algunos casos, parece extraída de un expediente de la DEA, no de
un tribunal.
Entre los casos más escandalosos se encuentra:
- Silvia
Rocío Delgado, exabogada de Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Defendió durante años al líder del Cártel de Sinaloa. Hoy busca ser jueza
penal local en Chihuahua.
- Francisco
Herrera Franco, aspirante a juez penal federal en
Michoacán, ha sido vinculado a acuerdos con grupos del crimen organizado y
señalado por estar relacionado con asesinatos de periodistas, según
reportes de medios locales.
- Fernando
Escamilla Villarreal, candidato en Nuevo León, fungió
como defensor de líderes de Los Zetas y tiene antecedentes por portación
ilegal de armas. Pretende ser juez federal.
- Jesús
Humberto Padilla Briones, también en Nuevo León,
fue detenido en 2023 con armas y drogas. Aunque sigue bajo proceso, su
candidatura sigue viva.
- Andrés
Montoya García, aspirante a magistrado en Sonora, ha
sido vinculado a la desaparición de un periodista local. Su hermano,
señalado como autor material, tiene nexos con el crimen organizado.
La lista continúa. Incluye a
magistrados destituidos por abuso sexual, negligencia grave en penales,
extorsión, acoso, e incluso candidatos que han atropellado y matado personas
sin enfrentar consecuencias judiciales.
“No es que la justicia esté
bajo amenaza. Es que ya fue vulnerada antes de empezar”,
sentencia un vocero del colectivo Defensorxs, que exige depurar
la boleta antes de la jornada electoral.
Lo más grave es que ninguno
de estos nombres ha sido inhabilitado por las autoridades responsables del
proceso. A pesar de los antecedentes, siguen siendo candidatos. Algunos
incluso han recibido respaldo en redes sociales por operadores políticos
cercanos al partido en el poder.
En cualquier democracia
funcional, estos perfiles habrían sido descartados desde el primer filtro. En
México, tienen una boleta… y quizás pronto, un tribunal.
Anexo 1 – Lista de aspirantes judiciales con
señalamientos graves (documentados por medios y colectivos ciudadanos)
Capítulo 2 | Omisiones que huelen a impunidad
Si el crimen organizado logró
infiltrar a algunos aspirantes al Poder Judicial, fue en gran medida gracias a
un terreno fértil: la negligencia institucional, el desorden administrativo
y la ausencia de filtros reales.
Desde el arranque del proceso,
organizaciones civiles y observadores electorales advirtieron que el diseño de
la elección judicial de 2025 no contaba con las condiciones mínimas de control.
Los temores se confirmaron cuando comenzaron a publicarse las listas de
candidaturas: vacías, duplicadas, incompletas, y en algunos casos, francamente
absurdas.
El Comité Evaluador,
encargado de revisar los expedientes y garantizar que los perfiles cumplieran
con requisitos constitucionales, éticos y técnicos, recibió miles de
postulaciones con errores tan básicos como la falta de CURP, fecha de
nacimiento, correo electrónico o clave de elector. Algunos ensayos de
motivación personal venían en blanco o no cumplían el mínimo de cuartillas
requeridas. En otros casos, los registros estaban duplicados o asignaban a una
misma persona para distintos cargos.
“El sistema fue diseñado para
filtrar, pero se convirtió en un colador sin fondo”,
denunció en entrevista una integrante de la plataforma Justicia en la
Mira.
En la Ciudad de México, por
ejemplo, se detectaron 22 personas con triple postulación y 58 con doble
postulación, además de 12 candidaturas desiertas sin ningún dato. El
Congreso local entregó listas incompletas, y el INE tuvo que posponer su
validación para pedir que se subsanaran las omisiones. Pero muchas de ellas
nunca fueron corregidas.
El Comité de Evaluación, por
su parte, no tenía la obligación de prevenir a los aspirantes ni de
notificarles errores, lo que provocó que candidaturas completas quedaran
fuera por errores de forma, mientras que otras, con graves antecedentes,
siguieran avanzando en el proceso sin objeción.
En algunos casos extremos, el
Senado recurrió a la insaculación pública (sorteo) para completar las
listas ante la falta de consensos o postulaciones viables. Esta medida, aunque
legal, dejó un sabor a improvisación que contrasta con la seriedad que debería
caracterizar la conformación de uno de los tres poderes del Estado.
A esto se suma la ausencia
de mecanismos claros de impugnación, de transparencia sobre los criterios
de evaluación, y la opacidad en la publicación de expedientes. En pocas
palabras: el ciudadano votará a ciegas por aspirantes cuyo pasado, formación
o vínculos siguen siendo desconocidos o deliberadamente ocultados.
“No basta con votar: hay que saber por quién. Y
hoy, no sabemos casi nada. Nos dieron una urna, pero no una linterna”,
ironizó un analista constitucional en un foro público.
La omisión, en este contexto,
no es un accidente. Es una estrategia de control.
Capítulo 3 | ¿Dónde está la vigilancia
institucional?
En teoría, la elección
judicial de 2025 debería ser vigilada por al menos tres grandes actores: el Instituto
Nacional Electoral (INE), el Comité de Evaluación y el Congreso
de la Unión, con participación del Poder Judicial en la integración
de candidaturas. Pero en la práctica, lo que ha prevalecido es el silencio, la
opacidad y la renuncia a la responsabilidad.
El Comité de Evaluación,
integrado por juristas de “reconocida trayectoria”, tenía como misión
garantizar que solo llegaran a la boleta quienes cumplieran con los requisitos
de probidad, conocimiento técnico y solvencia ética. Sin embargo, sus criterios
de revisión han sido opacos, su metodología inverificable, y sus decisiones, a
menudo arbitrarias.
Miles de expedientes fueron
rechazados por errores de forma —ensayos incompletos, datos faltantes— sin dar
oportunidad de subsanación. Pero al mismo tiempo, fueron aceptados perfiles
con antecedentes penales, señalamientos graves o vínculos documentados con
grupos delictivos. La paradoja es clara: el Comité fue riguroso con el que
no escribió tres cuartillas, pero indulgente con quien defendió a líderes del
narcotráfico.
El Senado, por su
parte, también falló. Como poder proponente, debía garantizar paridad, calidad
y transparencia en las propuestas. En lugar de eso, entregó listas plagadas de
inconsistencias, nombres repetidos y candidaturas sin sustento. En algunos
casos, ante la falta de acuerdos, recurrió al sorteo (insaculación) para
completar las ternas. Una ruleta institucional que banaliza la función
judicial.
El Poder Judicial,
beneficiario directo del proceso, ha optado por una cómoda discreción. Salvo
casos aislados, no ha habido pronunciamientos públicos contundentes sobre
los riesgos que implica la elección ni sobre los perfiles cuestionados. El
mensaje implícito: mientras el mecanismo les garantice cuotas de poder, poco
importa su calidad o legitimidad.
Y el INE, encargado de
organizar la jornada electoral, ha limitado su rol a la parte logística y
operativa. Aunque ha detectado irregularidades y ha solicitado correcciones en
las listas, no cuenta con facultades para rechazar candidaturas ni evaluar sus
antecedentes. Al final, administra un proceso que sabe imperfecto… pero del que
no puede deslindarse.
“La elección de jueces debería
ser una tarea de Estado, no una tómbola sin árbitros”,
advirtió recientemente el constitucionalista Diego Valadés.
Lo cierto es que, ante la
pasividad de las instituciones responsables, ha sido la sociedad civil la
que ha asumido el rol de contralora. Plataformas como Justicia en la
Mira, Designaciones Públicas y observatorios académicos han sido
los únicos espacios donde se auditan trayectorias, se denuncian vínculos y se
exige transparencia.
Pero sus denuncias carecen de
consecuencias vinculantes.
La vigilancia institucional no
ha sido insuficiente: ha sido deliberadamente diluida. Y cuando los contrapesos
desaparecen, lo que queda no es democracia: es captura.
Capítulo 4 | Mano negra partidista: cuando la
toga ya tiene color
Aunque la Constitución prohíbe
explícitamente que los partidos políticos participen en la organización,
promoción o campañas de la elección judicial, la realidad ha demostrado que esa
línea legal es, en muchos casos, letra muerta.
Morena, como fuerza
gobernante, ha operado con una lógica doble: oficialmente se
deslinda, pero en los hechos, ha desplegado una maquinaria operativa para
influir en el proceso. Desde la conformación de listas hasta la promoción
institucional, pasando por el respaldo tácito a ciertos perfiles, el partido en
el poder ha tejido un entramado que pone en duda la independencia del nuevo
modelo judicial.
Las candidaturas con sello oficialista
Dos nombres resumen esta simbiosis entre el poder político
y el judicial: Yasmín Esquivel Mossa y Lenia Batres Guadarrama.
- Yasmín
Esquivel, ministra de la Suprema Corte desde 2019,
fue nominada por el expresidente López Obrador y ha sido señalada por
plagio de tesis de licenciatura y doctorado. A pesar del escándalo, no
solo no renunció, sino que hoy busca reelegirse y aspira abiertamente
a presidir la Corte con el respaldo del oficialismo.
- Lenia
Batres, designada ministra en 2023 directamente
por AMLO tras la falta de acuerdo en el Senado, se autodefine como “la
ministra del pueblo” y ha hecho activismo político a favor de la
reforma judicial de Morena. Su hermano, Martí Batres, es actual
titular del ISSSTE y uno de los operadores históricos del movimiento.
Ambas representan la cara
más visible de la cercanía entre el gobierno y el Poder Judicial. Pero no
son las únicas. También participan en la contienda figuras como:
- Loretta
Ortiz, ministra de la SCJN.
- Bernardo
Bátiz, consejero y exprocurador de AMLO.
- Celia
Maya, exmagistrada y excandidata de Morena.
- Paula
María García Villegas, hija de Olga Sánchez Cordero.
- María
Estela Ríos, exconsejera jurídica de la Presidencia.
- Sara
Irene Herrerías, fiscal de derechos humanos.
- Fabiana
Estrada, colaboradora de Arturo Zaldívar.
De acuerdo con reportes de
medios nacionales, al menos un 30% de las candidaturas a la SCJN tienen
vínculos directos o familiares con Morena.
La dimensión de la paridad:
¿equidad o blindaje simbólico?
Una capa adicional en este
escenario es el papel del principio de paridad de género, que, si bien
es un avance estructural hacia la igualdad, en este proceso ha sido
utilizado como vía automática de acceso a la boleta electoral.
Durante la integración de
candidaturas, el Comité Evaluador determinó que las nueve mujeres propuestas
por el Poder Judicial pasarían automáticamente a la boleta, sin revisión
adicional, en cumplimiento con el mandato constitucional de paridad. Entre
ellas, figura Paula María García Villegas.
Aunque ella ha declarado que
su trayectoria ha sido por méritos propios, su inclusión directa en la boleta
—sumada al peso simbólico de su apellido— ha generado cuestionamientos sobre si
se trata de un ejemplo de equidad o de “nepotismo técnico” disfrazado de
paridad.
“La paridad no debe
convertirse en carta blanca ni en escudo. La igualdad también exige filtros
éticos y revisión de méritos”, señaló un colectivo de juezas
independientes.
El riesgo, como en otros
ámbitos, no está en el principio de inclusión, sino en cómo se manipula para
legitimar intereses de grupo. La boleta de 2025 refleja esa tensión: entre
lo que la ley dice y lo que el poder acomoda.
La estructura que mueve la elección
Morena no se ha limitado a
colocar nombres. También ha desplegado una estrategia territorial para
garantizar presencia electoral:
- Meta
de movilización: 20 millones de votantes.
- Operación
por estados: cuotas de participación por entidad y
brigadas capacitadas.
- Promoción
institucional avalada por el Tribunal Electoral,
que permite a la presidenta, gobernadores y legisladores (en su mayoría
morenistas) difundir mensajes sobre la importancia de la elección
judicial… sin nombrar candidatos, pero con narrativa favorable al proceso.
Esta combinación de operación
política, promoción institucional y candidaturas afines crea una ventaja
estructural clara que rompe la idea de una contienda imparcial.
“La justicia no debería estar
ni del lado del pueblo ni del gobierno. Debería estar del lado de la ley”,
afirmó el jurista Miguel Carbonell en una reciente conferencia pública.
¿Captura institucional o reforma popular?
Para Morena y sus aliados,
esta elección representa un avance histórico hacia la democratización del
sistema judicial. Para sus críticos, es un intento de consolidar un control
ideológico y político sobre el último poder que aún no ha sido
completamente subordinado.
Los ciudadanos, mientras
tanto, recibirán una boleta en la que la neutralidad brilla por su ausencia. Y
el riesgo no es solo votar por jueces con pasado oscuro, sino también entregarle
al partido en el poder el monopolio de la legitimidad judicial por seis, nueve
o hasta quince años.
Interludio – Radiografía de una elección bajo
sospecha
Conclusión | ¿Elección judicial o simulacro
disfrazado de democracia?
La elección judicial de 2025
nació con la promesa de dignificar la justicia. Pero en el camino, se
contaminó de prácticas opacas, candidaturas impresentables y capturas
silenciosas. Lejos de representar una ruptura con el pasado, el proceso
exhibe los mismos vicios de siempre: nepotismo, simulación, intervención
partidista y negligencia institucional.
Al menos 13 personas con
antecedentes criminales o cuestionables aparecen en la boleta. Cientos más
llegaron sin filtros claros, sin datos completos, sin ensayos válidos. Algunos
fueron excluidos por errores formales. Otros, con expedientes manchados, siguen
en carrera sin obstáculos. La boleta es un campo minado. El voto, una ruleta.
Peor aún, la mayoría de las
instituciones responsables han optado por mirar hacia otro lado. El Comité
de Evaluación fue severo con lo irrelevante y complaciente con lo grave. El
Senado sorteó candidaturas como si la justicia fuera una rifa. El Poder
Judicial calla. Y Morena —el partido dominante— convirtió este proceso en una
operación política encubierta, impulsando a perfiles afines, ocupando espacios
clave y promoviendo la narrativa del “pueblo eligiendo” ... mientras
prepara su asalto final al único poder que no controla del todo.
No se trata de estar a favor o
en contra de la elección judicial. Se trata de exigir que, si se va a
democratizar la justicia, no se haga con los ojos cerrados ni con las manos
sucias.
Llamado final: Por una justicia limpia,
imparcial y digna
- Exigimos
una auditoría pública inmediata al padrón de
candidaturas judiciales.
- Demandamos
la depuración urgente de perfiles con antecedentes
incompatibles con la función jurisdiccional.
- Solicitamos
al INE y al Comité Evaluador que transparenten sus
criterios y rindan cuentas ante la sociedad.
- Hacemos
un llamado a la ciudadanía para informarse,
denunciar y no validar con su voto una boleta contaminada.
La justicia no puede comenzar
con una mentira. No puede construirse sobre el encubrimiento, el pacto
silencioso ni la simulación electoral. Si votamos sin saber, si aceptamos sin
cuestionar, si normalizamos lo anómalo… entonces no elegimos justicia: la
enterramos.
Que nadie diga que no lo
sabíamos. Que nadie diga que fue un error inocente.
El crimen ya no se esconde. Hoy, el crimen se postula.
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