OTRA PERSPECTIVA
Bukele:
el populismo millennial
Parte 4: Populismo en América: espejos y
contrastes
Opinion de Jose Rafael Moya Saavedra
Nayib Bukele no gobierna desde
el Palacio Nacional. Gobierna desde su cuenta de Twitter —o mejor dicho, desde
X. Con gorra hacia atrás, frases cortas y la seguridad de un influencer,
convirtió la política en espectáculo digital. Si Trump fue el reality show y
Bolsonaro el mitin de masas, Bukele es el populismo millennial: el poder
administrado a golpe de clic.
El presidente influencer
Bukele entendió algo que sus
antecesores no: las redes no son un complemento de la política, son el nuevo
escenario central. No necesita ruedas de prensa ni largos discursos. Un meme,
un post, un hilo viral, bastan para instalar la narrativa del día.
Se vende como outsider que
derrotó a los partidos tradicionales y como el joven que vino a limpiar la
corrupción con métodos “nuevos”. En su versión digital, la política es simple:
pueblo contra criminales, presidente contra viejos políticos, justicia inmediata
contra un enemigo visible.
Los éxitos a la vista
La realidad también juega a su
favor. El Salvador, que fue durante años uno de los países más violentos del
mundo, ha visto caer sus homicidios de manera drástica bajo su régimen de
excepción. Las maras, que parecían invencibles, han sido debilitadas como nunca
antes.
Ese resultado, tangible y
visible, le da a Bukele un apoyo popular que roza lo absoluto. Mientras otros
presidentes pelean con encuestas divididas, él gobierna con una aprobación
envidiable en toda América Latina.
El costo oculto
Pero detrás del aplauso hay una factura peligrosa.
Miles de detenciones
arbitrarias, familias enteras denunciando abusos, cárceles abarrotadas y sin
debido proceso. El Congreso y la Corte Suprema ya no son contrapesos, sino
extensiones del Ejecutivo. La reelección inmediata, prohibida por la
Constitución salvadoreña, se convirtió en realidad gracias a jueces alineados.
El resultado: una
institucionalidad debilitada, que funciona mientras Bukele mantenga el aplauso,
pero que deja un precedente frágil para el día en que otro intente usar el
mismo camino.
El laboratorio del populismo digital
Bukele es pionero. Si el
populismo clásico usaba mítines, micrófonos y plazas, el suyo usa hashtags,
tendencias y transmisiones en vivo. Convirtió likes y retuits en legitimidad
política. Transformó el aplauso digital en capital de poder real.
El Salvador es hoy el laboratorio
de un autoritarismo digital: un régimen donde la democracia se somete a la
inmediatez de las redes sociales y el carisma del líder se mide en trending
topics.
El dilema regional
El modelo Bukele seduce.
Presidentes y candidatos en todo el continente lo miran con atención:
resultados inmediatos, popularidad arrasadora, crítica internacional
neutralizada con un simple meme. Pero la pregunta es incómoda: ¿qué queda de la
democracia cuando todo el poder se concentra en una cuenta de usuario?
Cierre editorial
Bukele es el espejo futurista
del populismo: gobierna con un clic, concentra el poder con un decreto y
convence al mundo con una selfie. El Salvador es hoy el escenario donde la
democracia se prueba frente a un autoritarismo que ya no marcha con botas ni
discursos de plaza, sino con emojis y algoritmos.
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