sábado, 12 de julio de 2025


 

OTRA PERSPECTIVA

Trump y el Espejo de la Historia: Cuando el Poder Se Vuelve Ruina

Opinion de José Rafael Moya Saavedra

“No hay imperio tan sólido que resista a un líder que confunde su ego con la patria.”

La historia universal está llena de advertencias que, si se ignoraran, volverán como espectros al presente. Hoy, más que nunca, Donald J. Trump —quien ya fue presidente de los Estados Unidos y ha regresado al poder en 2025— se ha convertido en un fenómeno político que exige una lectura en clave histórica. No para sobredimensionar ni para alarmar, sino para comprender. Y quizás prevenir.

En él, se mezclan el magnate mediático, el populista disruptivo, el líder carismático, el gobernante polarizante… y el hombre que, al no saber retirarse, podría arrastrar consigo los pilares de la democracia que lo vio ascender.

Antecedentes: El ascenso por fuera del sistema

Como en otros momentos históricos, Trump representa al outsider que llega al poder prometiendo derrumbar lo que llama “el pantano” y restaurar una gloria perdida. Su ascenso recuerda tanto a Julio César desafiando al Senado como a Berlusconi usando los medios para esculpir su figura. Pero su mayor herencia podría no ser el poder alcanzado, sino el tipo de liderazgo que ha legitimado: personalista, binario, polarizador.

Y es aquí donde la historia universal ofrece paralelismos inquietantes con figuras que, más allá del escándalo o el espectáculo, terminaron por destruir sus propias obras, sus imperios o las instituciones que encabezaban. No porque fueran malvados en sí mismos, sino porque pusieron su persona por encima de la ley, la realidad y el bien común.

Nerón – El poder como espectáculo

El emperador romano tocaba la lira mientras Roma ardía. No está claro si él mismo inició el fuego, pero sí es evidente que su reacción fue estética, no ética. El espectáculo sobre el deber.
Trump, durante el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, no frenó el incendio: lo alimentó. Rodeado de adulación y propaganda, parecía disfrutar el caos más que detenerlo.

Nicolás II – El zar que no escuchaba

Aislado en su palacio, Nicolás II ignoró las señales de una Rusia al borde de la revolución. Su negación de la crisis, su apego a la autocracia y su desdén por la reforma lo llevaron a ser el último zar.
Trump, al minimizar la pandemia o al negar su derrota electoral, mostró esa misma desconexión peligrosa. Gobernantes que no oyen el ruido del volcán hasta que ya no hay imperio que salvar.

Hitler – El abismo del culto al líder

        Aquí la comparación no radica en los crímenes —incomparables en magnitud y horror—, sino en los mecanismos de propaganda, la creación de un enemigo interno y el uso del lenguaje como arma de división.
Trump ha dividido a su país en “patriotas” vs “traidores”, ha señalado enemigos imaginarios, y ha cultivado un núcleo duro de seguidores dispuestos a negar cualquier evidencia que no venga de su boca.

Gadafi – El encierro en el mito personal

        El líder libio pasó de reformista a autócrata rodeado de culto, riqueza y paranoia. Gobernó más con símbolos que con instituciones.
Trump, con su Torre, sus shows, sus slogans y su “yo soy el único que puede salvarlos”, ha demostrado el peligro de los líderes que no se ven a sí mismos como parte de un sistema, sino como encarnación de un destino.

Saddam Hussein – El que no supo soltar

        Saddam se aferró al poder con uñas, miedo y fuego. Al caer, su país se fragmentó en guerras y caos.
Trump, con su narrativa del fraude eterno y su promesa de “venganza política”, amenaza con dinamitar los cimientos democráticos si no puede volver por la vía del voto.

Fernando VII – El rey traidor a la Constitución

El “rey felón” de España abolió las libertades ganadas por el pueblo y restauró el absolutismo. Rodeado de aduladores, hundió al país en atraso.
Trump ha mostrado desprecio por los límites constitucionales cuando no lo favorecen, y su intento de desacreditar al sistema judicial lo acerca, simbólicamente, a ese mismo desprecio por la institucionalidad.

Leopoldo II – La privatización extrema del poder

Gobernó el Congo como negocio personal, causando atrocidades en nombre del “progreso”.
Trump, sin llegar a esos extremos, sí ha mercantilizado el poder, usando la presidencia para fortalecer su marca, sus hoteles, y su clan. Una visión donde la verdad y la vida pública pueden sacrificarse por el beneficio personal.

Consideraciones finales

Las comparaciones no igualan los crímenes ni las consecuencias, pero sí advierten patrones de liderazgo destructivo. La negación de la realidad, el desprecio por el disenso, el uso del enemigo imaginario, el culto al líder, y la erosión institucional son síntomas de algo más profundo: la fragilidad de la democracia cuando se convierte en espectáculo.

Trump no es Nerón, ni Hitler, ni Fernando VII. Pero lleva algo de todos ellos. Y eso debería bastarnos para estar en alerta. Porque cuando el líder se cree irremplazable, la nación deja de ser república… y comienza a parecerse demasiado a un imperio en ruinas.

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