OTRA PERSPECTIVA
¿Es Los Ángeles el inicio de la caída de Trump?
Por José Rafael Moya Saavedra
Los Ángeles no es solo una ciudad
que arde en protestas: se ha convertido en el espejo donde Estados Unidos se
mira con temor, fracturado, polarizado y al borde de una crisis institucional.
La intervención militar ordenada por Donald Trump en territorio californiano,
sin consentimiento estatal, no solo ha encendido las calles. Ha encendido
también una alarma política que puede marcar el inicio de un declive
irreversible para su presidencia.
Una ciudad sitiada, una nación dividida
La decisión de Trump de desplegar
más de 4,000 efectivos de la Guardia Nacional y 700 marines en Los Ángeles, sin
el aval del gobernador Gavin Newsom ni de la alcaldesa, representa una ruptura
profunda con el principio federalista que sostiene el equilibrio de poderes en
Estados Unidos. Esta acción, justificada por Trump como respuesta a una "invasión
extranjera", ha sido percibida como una escalada autoritaria sin
precedentes.
Newsom ha respondido con firmeza:
no solo denunció la ilegalidad de la medida, sino que presentó una demanda
formal por violación a la soberanía estatal. La fractura institucional es real.
Y está creciendo.
La retórica del miedo y la militarización del discurso
Trump ha elegido el lenguaje de
la guerra. Ha llamado "animales" a los manifestantes y ha
propagado teorías conspirativas que sugieren que los líderes demócratas de
California están financiando agitadores para desestabilizar el orden. Este
discurso ha sido ampliamente criticado por su tono xenófobo, por inflamar la tensión
social, y por justificar acciones de fuerza que bordean el autoritarismo.
El presidente ha amenazado con
invocar la Ley de Insurrección, una herramienta legal que permite el uso
unilateral de fuerzas militares en suelo estadounidense. Esta amenaza no es
solo simbólica: representa una intención real de gobernar por la vía del control,
no del consenso.
Crisis de legitimidad, fractura del liderazgo
Analistas como José Miguel
Villarroya han señalado que el episodio de Los Ángeles representa la
manifestación más evidente de la debilidad estructural del liderazgo de Trump.
Su enfrentamiento con Newsom, que ha emergido como una figura central de la oposición,
ha profundizado la división entre la Casa Blanca y los estados progresistas.
El hecho de que funcionarios
californianos desafíen abiertamente las órdenes federales y que se multipliquen
las expresiones de desobediencia civil, refleja una crisis de legitimidad en el
ejercicio presidencial. Trump ya no es visto como el jefe de Estado de todos,
sino como el líder de una fracción polarizada del país.
Un efecto dominó
que cruza fronteras estatales
Las protestas no están confinadas
a California. En al menos 27 ciudades, incluyendo Nueva York, Chicago, Austin,
San Francisco y Atlanta, se han replicado manifestaciones similares contra las
redadas migratorias y la militarización. Esta expansión del conflicto indica
que lo de Los Ángeles no es un caso aislado, sino la punta del iceberg de una
resistencia nacional en ciernes.
Un caso particular es el de Austin,
Texas. Aunque el estado de Texas, bajo el liderazgo del gobernador Greg
Abbott, ha respaldado abiertamente la estrategia de Trump y ha desplegado a la
Guardia Nacional en apoyo a las acciones federales, Austin se ha convertido en
un foco local de oposición. Las protestas en la ciudad han sido intensas, con
movilizaciones frente a edificios federales como el J.J. Pickle,
enfrentamientos con la policía y una respuesta civil que, si bien reprimida,
demuestra que incluso dentro de estados considerados afines al gobierno
federal, la resistencia también tiene territorio.
La reacción institucional ha sido
desigual. Mientras que Texas ha respaldado a Trump, estados como Nueva York y
Massachusetts han expresado su solidaridad con California. El gobernador Newsom
ha hecho un llamado a la unión de gobernadores demócratas para frenar lo que
califica como un "exceso escandaloso" del poder federal.
El riesgo de una democracia asediada
El uso de una narrativa de "invasión
extranjera" como justificación para intervenir militarmente en un
estado, representa un giro autoritario preocupante. Históricamente, esta
retórica ha estado asociada con regímenes nacionalistas extremos y ha sido el
preludio de la restricción de libertades civiles.
Trump parece apostar por la
polarización como estrategia de supervivencia política. Pero esa apuesta está
teniendo costos crecientes: su imagen se deteriora incluso entre sectores
moderados, su capacidad de gobernar se ve limitada por el rechazo institucional,
y su base social, aunque leal, no alcanza para frenar una ola de resistencia en
expansión.
¿El
principio del fin?
Los Ángeles no es solo un foco de
conflicto. Es el epicentro simbólico de una confrontación más amplia entre
autoritarismo y democracia, entre federalismo y centralismo, entre miedo y
resistencia.
Este episodio ha expuesto las
costuras del modelo Trump: gobernar desde el miedo, polarizar para sostenerse,
usar la fuerza como recurso político. Pero las calles, los gobernadores, los
tribunales y una parte creciente de la ciudadanía están diciendo "basta".
Es pronto para hablar de caída.
Pero no es temprano para advertir que lo que ocurra en Los Ángeles puede
definir el rumbo de Estados Unidos en los próximos años.
Y tal vez, con el tiempo, digamos que fue allí donde empezó
el principio del fin.
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