OTRA PERSPECTIVA
87% en Silencio: El Juicio Real contra la
Reforma Judicial
Opinion de Jose Rafael Moya Saavedra
La legitimidad no se impone:
se construye. No es una etiqueta institucional ni un discurso repetido en
cadena nacional. Es una relación viva con la sociedad, forjada día a día con
acciones que inspiran confianza, generan consenso y demuestran compromiso con
el bien común. Cuando esa confianza se fractura, todo lo que se construyó
tambalea. Y eso es justamente lo que ha revelado el estrepitoso fracaso de la
reciente elección judicial en México.
El “Domingo Negro” que
se quiso disfrazar de hito democrático terminó desnudando una puesta en escena.
La llamada "Corte del acordeón", bautizada así por la manera
burda en que se distribuyeron papeletas prefabricadas con nombres elegidos
desde el corazón de la finca "La Chingada", expuso no sólo la
falta de autonomía del proceso, sino también el desprecio a la inteligencia
ciudadana. En lugar de una elección transparente y abierta, se presenció una
operación de simulación, orquestada por el dedito supremo.
El dato que resume el desastre
es brutal: más del 87% del padrón decidió no participar. No fue por
apatía, sino por claridad. La gran mayoría de los mexicanos comprendió el fondo
del engaño y respondió con una decisión contundente: la ausencia. En esa
abstención masiva hay una forma de voto simbólico, una deslegitimación desde el
silencio. El pueblo no avaló la imposición de jueces subordinados al Ejecutivo.
No refrendó la farsa del "poder popular".
Las consecuencias son graves y
de largo alcance:
Primero, hacia adentro:
Morena ha quedado fracturada en sus tribus, incapaz de ocultar su ADN
perredista. Las luchas internas por el control de las candidaturas exhiben un
poder centralizado que finge pluralidad pero no tolera el disenso. El fuego
amigo y las deslealtades cruzadas reflejan un partido sin cohesión verdadera,
en el que el único elemento de unidad es el temor o la conveniencia respecto al
líder ausente-presente.
Segundo, hacia fuera: la
imagen internacional de México se deteriora rápidamente. The New York Times y
The Wall Street Journal han advertido que este experimento judicial empodera
peligrosamente al partido en el poder y erosiona los últimos contrapesos
institucionales. La OEA, en su informe preliminar, fue categórica: no
recomienda replicar este modelo en ninguna otra democracia. La elección fue
compleja, desinformada, politizada y profundamente riesgosa para la
independencia judicial.
El gobierno mexicano, en
cambio, intentó presentar el proceso como una innovación democrática. Pero su
narrativa no resiste el escrutinio de la realidad: sin participación no hay
representación. Sin representación no hay justicia. Y sin justicia, lo que queda
es control.
El Poder Judicial, en manos
del oficialismo, no tiene ya la función de aplicar la ley, sino de cumplir
expectativas políticas. La justicia, como en tiempos de Pilato, se subordina a
las mayorías manipuladas o a la voluntad de quien grita más fuerte. Pero los
pueblos no siempre tienen razón cuando aplauden linchamientos jurídicos
disfrazados de decisiones democráticas.
La falta de un mínimo de
participación para validar esta elección es una omisión imperdonable. En
ejercicios como la revocación de mandato, se exigió al menos un 40% de
participación para que el resultado fuera vinculante. ¿Por qué aquí no? ¿Por
qué se decide imponer jueces sin el respaldo social mayoritario?
El nuevo Poder Judicial nace
con fuerza institucional, pero sin autoridad moral. Tendrá toga y fuero, pero no
tendrá respeto ni legitimidad. Será visto como una extensión del Ejecutivo, no
como un árbitro imparcial. Y eso, en un Estado de derecho ya dañado, puede ser
el golpe definitivo.
Finalmente, esta elección
judicial fracasa no sólo por su forma, sino por su fondo: se basa en la
manipulación emocional de un pueblo que no ha sido educado en el valor de la
división de poderes ni en la complejidad de la justicia. Se hace populismo judicial
para consolidar un modelo autoritario. Se repite que “la gente decidió”, cuando
en realidad se buscó que la gente obedeciera.
La historia dirá si este
experimento fue una excentricidad pasajera o el primer clavo en el ataúd de la
justicia mexicana. Por lo pronto, el veredicto del pueblo ya fue emitido: el
87% en silencio fue el verdadero juicio. Y fue condenatorio.
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