OTRA PERSPECTIVA
TelevisaLeaks: Anatomía de una fábrica de mentiras y el
silencio del poder
Opinion de jose Rafael Moya Saavedra
Introducción
En abril de 2025, México fue
sacudido por una revelación que, de confirmarse plenamente, podría marcar el
punto de quiebre definitivo en la relación entre medios de comunicación, poder
político y ciudadanía. La filtración masiva de más de 5 terabytes de información
interna de Televisa —la mayor productora de contenidos en español del mundo—
reveló la existencia de un equipo clandestino, conocido como “El Palomar”,
dedicado a la fabricación de noticias falsas, campañas de desprestigio y
manipulación informativa con fines políticos y empresariales.
Lejos de ser un caso aislado, lo
revelado en #TelevisaLeaks es una ventana directa al funcionamiento
encubierto de una maquinaria de poder mediático que ha operado con impunidad
durante años, amparada por la complicidad institucional y el desdén por la
verdad. Y, sin embargo, hasta hoy, no hay una sola investigación oficial
abierta en México.
Este ensayo propone una mirada
estructurada a los mecanismos, actores, víctimas y consecuencias de este
escándalo, y plantea una pregunta central: ¿qué clase de democracia puede
construirse si la verdad es fabricada por encargo?
1. El corazón del escándalo: El Palomar y Metrics Index
Lo que se filtró no fue solo una
serie de correos, chats o documentos sueltos. Fue el acceso sin filtros al centro
nervioso de una operación diseñada para manipular la opinión pública desde
las entrañas de la televisora más influyente de México.
Según reveló Aristegui Noticias,
el equipo denominado “El Palomar” operaba dentro de las instalaciones de
Televisa Chapultepec. Su función: fabricar narrativas, construir enemigos,
destruir reputaciones y posicionar imágenes favorables a través de campañas
cuidadosamente orquestadas en medios tradicionales y redes sociales. Videos
editados, guiones prefabricados, instrucciones para bots, publicaciones
coordinadas y mensajes diseñados para simular opinión ciudadana. Todo desde un
mismo centro de mando, con la complicidad de altos ejecutivos de la empresa.
Una de las piezas clave de esta
maquinaria fue la empresa Metrics Index, conocida por ofrecer servicios
de manipulación digital. No operaba desde un edificio aparte ni bajo contratos
simulados: tenía oficinas dentro de Televisa. Su colaboración con el
equipo “Palomar” incluyó la creación de contenido falso, campañas de
difamación digital y guerra sucia electoral. El tráfico de desinformación no
era improvisado: era una estrategia profesional y sistemática,
respaldada con recursos logísticos, técnicos y humanos de alto nivel.
Javier Tejado Dondé,
directivo de Televisa y figura pública en el análisis político, aparece en la
filtración como el coordinador operativo del equipo, junto con ejecutivos como Rubén
Acosta Montoya y Dora Alicia Martínez Valero, esta última vinculada además
a cargos electorales y una eventual candidatura a la Suprema Corte. No eran
simples empleados. Eran arquitectos de la narrativa nacional desde una
plataforma que simulaba informar, pero que en realidad intervenía en la percepción
pública con fines de poder.
Este esquema —elaborado, bien
financiado y operado desde un medio con alcance continental— no solo atenta
contra la ética periodística. Es una forma moderna de ingeniería social al
servicio del control político y económico.
2. Los objetivos: enemigos, aliados y campañas a medida
Toda maquinaria de manipulación
necesita blancos. En el caso de TelevisaLeaks, los objetivos no fueron
aleatorios ni ideológicos: fueron estratégicos. La operación del “Palomar”
y su brazo digital, Metrics Index, tuvo como finalidad central proteger
intereses empresariales, apuntalar figuras afines y destruir reputaciones que
representaran una amenaza para el poder concentrado.
Entre las víctimas de las
campañas negras destacan Carlos Slim Helú, Ricardo Salinas Pliego, Carmen
Aristegui y varios ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
A cada uno se le asignaron ataques quirúrgicos y mediáticamente efectivos. En
el caso de Slim, se fabricaron contenidos para culparlo exclusivamente del
colapso de la Línea 12 del Metro, manipulando emocionalmente una tragedia
para afectar su imagen empresarial y sus intereses en telecomunicaciones. A
Salinas Pliego, rival natural en el sector televisivo, se le atacó con campañas
en redes que simulaban indignación ciudadana, mientras se blindaban contenidos
favorables a Televisa.
El caso de Arturo Zaldívar,
expresidente de la SCJN, muestra el otro rostro de la moneda. Lejos de ser
víctima, fue beneficiario. Las filtraciones revelan cómo se infló
artificialmente su imagen, se posicionaron sus declaraciones y se atacó a
ministros “incómodos” para consolidar su liderazgo dentro del Poder Judicial.
Funcionarios judiciales como Rullán, Franco y César Castillejos aparecen
como operadores internos que, cobrando en la nómina del Poder Judicial,
trabajaban paralelamente en la estrategia de comunicación coordinada con
Televisa.
Incluso empresarios cercanos
al oficialismo, como José María Riobóo, aparecen como clientes del
sistema de manipulación. Y aunque no hay evidencia directa de que figuras como Claudia
Sheinbaum o Andrés Manuel López Obrador participaran en la operación, sí
fueron objeto de campañas —a favor o en contra— según el momento político y los
intereses en juego.
Lo que revelan los documentos es
una lógica perversa: la información se convirtió en arma y el periodismo en
simulacro. La televisión no informaba, intervenía. No mostraba la realidad,
la diseñaba.
3. Del caso Televisa al patrón global: el negocio de la
desinformación
Aunque el escándalo de TelevisaLeaks
tiene características propias del contexto mexicano —medios históricamente
concentrados, connivencia con el poder político, y debilidad institucional para
sancionar—, no es un caso aislado. Forma parte de un patrón global de
manipulación informativa, en el que empresas, gobiernos y medios han
convertido los datos, la percepción y la narrativa en moneda de poder.
El caso más emblemático y cercano
fue Cambridge Analytica, que utilizó datos de millones de usuarios de
Facebook sin su consentimiento para incidir en procesos electorales como el
Brexit o las elecciones presidenciales en EE. UU. En 2025, el escándalo de Signalgate
en Estados Unidos reveló cómo funcionarios de seguridad nacional filtraron
información clasificada sobre operaciones militares y agentes encubiertos,
poniendo en riesgo la seguridad pública y la transparencia institucional.
Empresas como Eliminalia,
especializadas en manipular la reputación en línea, han creado redes de cientos
de sitios falsos para borrar información incómoda y construir narrativas
alternativas. Y en el ámbito más íntimo, el caso de Ashley Madison
expuso los efectos devastadores de una filtración de datos personales en la
vida privada de millones.
Lo que tienen en común todos estos casos es una misma
lógica:
La información dejó de ser un bien público para convertirse
en un activo estratégico.
Ya no se trata solo de contar lo
que pasa, sino de fabricar lo que conviene. No se busca informar al ciudadano,
sino moldear al consumidor político.
En ese tablero, Televisa —con su
alcance continental, su experiencia en narrativa y su cercanía al poder— operó
como un jugador de primera línea. Lo hizo desde oficinas corporativas, con
recursos humanos y técnicos, bajo una estructura empresarial diseñada no para
informar, sino para intervenir sistemáticamente la percepción pública.
Y lo hizo sin consecuencias jurídicas hasta hoy
4. Las consecuencias: reputación, mercados e
instituciones heridas
Las filtraciones de TelevisaLeaks
no fueron solo un golpe informativo. Fueron una bomba de profundidad cuyas
ondas expansivas alcanzaron la credibilidad de los medios, la confianza
ciudadana, los mercados financieros y la integridad de las instituciones
democráticas.
En el plano más inmediato,
Televisa sufrió una crisis reputacional sin precedentes. La empresa,
durante décadas símbolo del poder mediático en México y referente continental
en la producción de contenidos, quedó al desnudo como una organización que no
solo simulaba periodismo, sino que había convertido la manipulación
sistemática en una estrategia de negocio y poder. Su lema de "informar con
veracidad" se diluyó entre documentos editables, chats de guerra sucia y
campañas de desprestigio orquestadas desde oficinas ejecutivas.
Esa crisis no fue simbólica: las
acciones de Televisa cayeron hasta un 11% en Wall Street y un 8% en la Bolsa
Mexicana de Valores tras la publicación de los primeros reportajes. Los
inversionistas reaccionaron con desconfianza ante la posibilidad de sanciones
legales, investigaciones internacionales y el riesgo de que los vínculos
revelados afectaran contratos con organismos como la FIFA o plataformas de
streaming global.
En el ámbito judicial, la
indignación ciudadana contrasta con el silencio institucional. Hasta la
fecha, ninguna autoridad mexicana ha iniciado una investigación formal,
ni la fiscalía general de la República, ni la Secretaría de Gobernación, ni el
Poder Judicial han hecho declaraciones claras sobre la gravedad del caso. En
cambio, ha sido la sociedad civil —periodistas, colectivos y medios
independientes— la que ha sostenido la exigencia de verdad y justicia.
Aún más preocupante es la erosión
de confianza pública. Cuando una empresa con el poder de influir en
millones de hogares usa sus plataformas para fabricar enemigos, premiar aliados
y moldear la opinión pública, la democracia se convierte en espectáculo, y
la ciudadanía, en audiencia manipulada.
Los daños no son solo para Televisa. Son heridas abiertas en el tejido institucional de México, en la libertad de prensa, en la ética judicial y en la construcción de lo público.
5. ¿Y el Estado? Silencio, omisión y complicidad
En cualquier democracia
funcional, una filtración de esta magnitud habría desatado una tormenta
institucional: comparecencias en el Congreso, auditorías urgentes, procesos
judiciales, renuncias estratégicas. Pero en México, la reacción del Estado
ante TelevisaLeaks ha sido elocuente por su ausencia.
Ni la fiscalía general de la
República (FGR), ni el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), ni la
Secretaría de Gobernación —responsable de medios y protección civil— han
emitido comunicados formales o iniciado diligencias públicas. Y lo que resulta
aún más grave: funcionarios señalados directamente en las filtraciones, como
Arturo Zaldívar y César Castillejos, continúan operando o influyendo en
espacios clave del poder.
Este silencio institucional puede
interpretarse de varias formas: como desinterés, como parálisis... o como complicidad
estructural. Porque los documentos filtrados no solo revelan la operación
de una fábrica de desinformación. Revelan también la existencia de una red
entre medios, funcionarios y actores del poder judicial, que actuaban en
sincronía para fabricar realidades convenientes.
En ese contexto, el Estado no
solo omite, sino que valida con su inacción. Permite que se normalice la
idea de que manipular la verdad es parte del juego político. Y envía una señal
peligrosa: no importa cuánto se corrompa la comunicación pública, mientras
se mantenga la apariencia de normalidad institucional.
La pregunta que queda flotando es tan incómoda como urgente:
¿Quién vigila a los que controlan el relato?
Conclusión: Sin verdad, no hay democracia
El caso TelevisaLeaks no
solo expone los vicios ocultos de una empresa. Desnuda una arquitectura de
poder construida sobre el silenciamiento, la simulación y la manipulación
informativa. Lo que se filtró no fue solo información: fue una radiografía de
cómo se degrada el espacio público cuando la verdad se convierte en mercancía,
y el periodismo en herramienta de control.
En este país donde tantas veces
se ha dicho que “no pasa nada”, lo que ocurre hoy es especialmente grave: pasó
todo, y aún así no pasa nada. Nadie ha sido procesado. Ninguna institución
ha rendido cuentas. El poder sigue en manos de quienes diseñaron la mentira… o
la toleraron en silencio.
Pero el verdadero riesgo no es
que Televisa caiga. El riesgo es que como sociedad nos acostumbremos,
que normalicemos la manipulación, que aceptemos el espectáculo como sustituto
de la verdad. Si eso ocurre, la democracia dejará de ser un ejercicio de
derechos y se convertirá en una puesta en escena, con libretos escritos desde
salas de redacción encubiertas.
Hoy más que nunca necesitamos ciudadanía crítica, medios
valientes, periodistas éticos y audiencias despiertas. No para castigar a una
sola empresa, sino para evitar que el país entero sea gobernado por ficciones
disfrazadas de información.
Porque sin verdad no hay justicia.
Sin justicia no hay confianza.
Y sin confianza, no hay democracia que se sostenga.
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