viernes, 2 de mayo de 2025

 

OTRA PERSPECTIVA

TelevisaLeaks: Anatomía de una fábrica de mentiras y el silencio del poder

Opinion de jose Rafael Moya Saavedra

 Introducción

En abril de 2025, México fue sacudido por una revelación que, de confirmarse plenamente, podría marcar el punto de quiebre definitivo en la relación entre medios de comunicación, poder político y ciudadanía. La filtración masiva de más de 5 terabytes de información interna de Televisa —la mayor productora de contenidos en español del mundo— reveló la existencia de un equipo clandestino, conocido como “El Palomar”, dedicado a la fabricación de noticias falsas, campañas de desprestigio y manipulación informativa con fines políticos y empresariales.

Lejos de ser un caso aislado, lo revelado en #TelevisaLeaks es una ventana directa al funcionamiento encubierto de una maquinaria de poder mediático que ha operado con impunidad durante años, amparada por la complicidad institucional y el desdén por la verdad. Y, sin embargo, hasta hoy, no hay una sola investigación oficial abierta en México.

Este ensayo propone una mirada estructurada a los mecanismos, actores, víctimas y consecuencias de este escándalo, y plantea una pregunta central: ¿qué clase de democracia puede construirse si la verdad es fabricada por encargo?

1. El corazón del escándalo: El Palomar y Metrics Index

Lo que se filtró no fue solo una serie de correos, chats o documentos sueltos. Fue el acceso sin filtros al centro nervioso de una operación diseñada para manipular la opinión pública desde las entrañas de la televisora más influyente de México.

Según reveló Aristegui Noticias, el equipo denominado “El Palomar” operaba dentro de las instalaciones de Televisa Chapultepec. Su función: fabricar narrativas, construir enemigos, destruir reputaciones y posicionar imágenes favorables a través de campañas cuidadosamente orquestadas en medios tradicionales y redes sociales. Videos editados, guiones prefabricados, instrucciones para bots, publicaciones coordinadas y mensajes diseñados para simular opinión ciudadana. Todo desde un mismo centro de mando, con la complicidad de altos ejecutivos de la empresa.

Una de las piezas clave de esta maquinaria fue la empresa Metrics Index, conocida por ofrecer servicios de manipulación digital. No operaba desde un edificio aparte ni bajo contratos simulados: tenía oficinas dentro de Televisa. Su colaboración con el equipo “Palomar” incluyó la creación de contenido falso, campañas de difamación digital y guerra sucia electoral. El tráfico de desinformación no era improvisado: era una estrategia profesional y sistemática, respaldada con recursos logísticos, técnicos y humanos de alto nivel.

Javier Tejado Dondé, directivo de Televisa y figura pública en el análisis político, aparece en la filtración como el coordinador operativo del equipo, junto con ejecutivos como Rubén Acosta Montoya y Dora Alicia Martínez Valero, esta última vinculada además a cargos electorales y una eventual candidatura a la Suprema Corte. No eran simples empleados. Eran arquitectos de la narrativa nacional desde una plataforma que simulaba informar, pero que en realidad intervenía en la percepción pública con fines de poder.

Este esquema —elaborado, bien financiado y operado desde un medio con alcance continental— no solo atenta contra la ética periodística. Es una forma moderna de ingeniería social al servicio del control político y económico.

2. Los objetivos: enemigos, aliados y campañas a medida

Toda maquinaria de manipulación necesita blancos. En el caso de TelevisaLeaks, los objetivos no fueron aleatorios ni ideológicos: fueron estratégicos. La operación del “Palomar” y su brazo digital, Metrics Index, tuvo como finalidad central proteger intereses empresariales, apuntalar figuras afines y destruir reputaciones que representaran una amenaza para el poder concentrado.

Entre las víctimas de las campañas negras destacan Carlos Slim Helú, Ricardo Salinas Pliego, Carmen Aristegui y varios ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. A cada uno se le asignaron ataques quirúrgicos y mediáticamente efectivos. En el caso de Slim, se fabricaron contenidos para culparlo exclusivamente del colapso de la Línea 12 del Metro, manipulando emocionalmente una tragedia para afectar su imagen empresarial y sus intereses en telecomunicaciones. A Salinas Pliego, rival natural en el sector televisivo, se le atacó con campañas en redes que simulaban indignación ciudadana, mientras se blindaban contenidos favorables a Televisa.

El caso de Arturo Zaldívar, expresidente de la SCJN, muestra el otro rostro de la moneda. Lejos de ser víctima, fue beneficiario. Las filtraciones revelan cómo se infló artificialmente su imagen, se posicionaron sus declaraciones y se atacó a ministros “incómodos” para consolidar su liderazgo dentro del Poder Judicial. Funcionarios judiciales como Rullán, Franco y César Castillejos aparecen como operadores internos que, cobrando en la nómina del Poder Judicial, trabajaban paralelamente en la estrategia de comunicación coordinada con Televisa.

Incluso empresarios cercanos al oficialismo, como José María Riobóo, aparecen como clientes del sistema de manipulación. Y aunque no hay evidencia directa de que figuras como Claudia Sheinbaum o Andrés Manuel López Obrador participaran en la operación, sí fueron objeto de campañas —a favor o en contra— según el momento político y los intereses en juego.

Lo que revelan los documentos es una lógica perversa: la información se convirtió en arma y el periodismo en simulacro. La televisión no informaba, intervenía. No mostraba la realidad, la diseñaba.

3. Del caso Televisa al patrón global: el negocio de la desinformación

Aunque el escándalo de TelevisaLeaks tiene características propias del contexto mexicano —medios históricamente concentrados, connivencia con el poder político, y debilidad institucional para sancionar—, no es un caso aislado. Forma parte de un patrón global de manipulación informativa, en el que empresas, gobiernos y medios han convertido los datos, la percepción y la narrativa en moneda de poder.

El caso más emblemático y cercano fue Cambridge Analytica, que utilizó datos de millones de usuarios de Facebook sin su consentimiento para incidir en procesos electorales como el Brexit o las elecciones presidenciales en EE. UU. En 2025, el escándalo de Signalgate en Estados Unidos reveló cómo funcionarios de seguridad nacional filtraron información clasificada sobre operaciones militares y agentes encubiertos, poniendo en riesgo la seguridad pública y la transparencia institucional.

Empresas como Eliminalia, especializadas en manipular la reputación en línea, han creado redes de cientos de sitios falsos para borrar información incómoda y construir narrativas alternativas. Y en el ámbito más íntimo, el caso de Ashley Madison expuso los efectos devastadores de una filtración de datos personales en la vida privada de millones.

Lo que tienen en común todos estos casos es una misma lógica:

La información dejó de ser un bien público para convertirse en un activo estratégico.

Ya no se trata solo de contar lo que pasa, sino de fabricar lo que conviene. No se busca informar al ciudadano, sino moldear al consumidor político.

En ese tablero, Televisa —con su alcance continental, su experiencia en narrativa y su cercanía al poder— operó como un jugador de primera línea. Lo hizo desde oficinas corporativas, con recursos humanos y técnicos, bajo una estructura empresarial diseñada no para informar, sino para intervenir sistemáticamente la percepción pública.

Y lo hizo sin consecuencias jurídicas hasta hoy

4. Las consecuencias: reputación, mercados e instituciones heridas

Las filtraciones de TelevisaLeaks no fueron solo un golpe informativo. Fueron una bomba de profundidad cuyas ondas expansivas alcanzaron la credibilidad de los medios, la confianza ciudadana, los mercados financieros y la integridad de las instituciones democráticas.

En el plano más inmediato, Televisa sufrió una crisis reputacional sin precedentes. La empresa, durante décadas símbolo del poder mediático en México y referente continental en la producción de contenidos, quedó al desnudo como una organización que no solo simulaba periodismo, sino que había convertido la manipulación sistemática en una estrategia de negocio y poder. Su lema de "informar con veracidad" se diluyó entre documentos editables, chats de guerra sucia y campañas de desprestigio orquestadas desde oficinas ejecutivas.

Esa crisis no fue simbólica: las acciones de Televisa cayeron hasta un 11% en Wall Street y un 8% en la Bolsa Mexicana de Valores tras la publicación de los primeros reportajes. Los inversionistas reaccionaron con desconfianza ante la posibilidad de sanciones legales, investigaciones internacionales y el riesgo de que los vínculos revelados afectaran contratos con organismos como la FIFA o plataformas de streaming global.

En el ámbito judicial, la indignación ciudadana contrasta con el silencio institucional. Hasta la fecha, ninguna autoridad mexicana ha iniciado una investigación formal, ni la fiscalía general de la República, ni la Secretaría de Gobernación, ni el Poder Judicial han hecho declaraciones claras sobre la gravedad del caso. En cambio, ha sido la sociedad civil —periodistas, colectivos y medios independientes— la que ha sostenido la exigencia de verdad y justicia.

Aún más preocupante es la erosión de confianza pública. Cuando una empresa con el poder de influir en millones de hogares usa sus plataformas para fabricar enemigos, premiar aliados y moldear la opinión pública, la democracia se convierte en espectáculo, y la ciudadanía, en audiencia manipulada.

Los daños no son solo para Televisa. Son heridas abiertas en el tejido institucional de México, en la libertad de prensa, en la ética judicial y en la construcción de lo público.

5. ¿Y el Estado? Silencio, omisión y complicidad

En cualquier democracia funcional, una filtración de esta magnitud habría desatado una tormenta institucional: comparecencias en el Congreso, auditorías urgentes, procesos judiciales, renuncias estratégicas. Pero en México, la reacción del Estado ante TelevisaLeaks ha sido elocuente por su ausencia.

Ni la fiscalía general de la República (FGR), ni el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), ni la Secretaría de Gobernación —responsable de medios y protección civil— han emitido comunicados formales o iniciado diligencias públicas. Y lo que resulta aún más grave: funcionarios señalados directamente en las filtraciones, como Arturo Zaldívar y César Castillejos, continúan operando o influyendo en espacios clave del poder.

Este silencio institucional puede interpretarse de varias formas: como desinterés, como parálisis... o como complicidad estructural. Porque los documentos filtrados no solo revelan la operación de una fábrica de desinformación. Revelan también la existencia de una red entre medios, funcionarios y actores del poder judicial, que actuaban en sincronía para fabricar realidades convenientes.

En ese contexto, el Estado no solo omite, sino que valida con su inacción. Permite que se normalice la idea de que manipular la verdad es parte del juego político. Y envía una señal peligrosa: no importa cuánto se corrompa la comunicación pública, mientras se mantenga la apariencia de normalidad institucional.

La pregunta que queda flotando es tan incómoda como urgente:

¿Quién vigila a los que controlan el relato?

Conclusión: Sin verdad, no hay democracia

El caso TelevisaLeaks no solo expone los vicios ocultos de una empresa. Desnuda una arquitectura de poder construida sobre el silenciamiento, la simulación y la manipulación informativa. Lo que se filtró no fue solo información: fue una radiografía de cómo se degrada el espacio público cuando la verdad se convierte en mercancía, y el periodismo en herramienta de control.

En este país donde tantas veces se ha dicho que “no pasa nada”, lo que ocurre hoy es especialmente grave: pasó todo, y aún así no pasa nada. Nadie ha sido procesado. Ninguna institución ha rendido cuentas. El poder sigue en manos de quienes diseñaron la mentira… o la toleraron en silencio.

Pero el verdadero riesgo no es que Televisa caiga. El riesgo es que como sociedad nos acostumbremos, que normalicemos la manipulación, que aceptemos el espectáculo como sustituto de la verdad. Si eso ocurre, la democracia dejará de ser un ejercicio de derechos y se convertirá en una puesta en escena, con libretos escritos desde salas de redacción encubiertas.

Hoy más que nunca necesitamos ciudadanía crítica, medios valientes, periodistas éticos y audiencias despiertas. No para castigar a una sola empresa, sino para evitar que el país entero sea gobernado por ficciones disfrazadas de información.

Porque sin verdad no hay justicia.

Sin justicia no hay confianza.

Y sin confianza, no hay democracia que se sostenga.

 

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