OTRA PERSPECTIVA
El justo, la banqueta y el sínodo: una carta
desde la trinchera
Opinion de Jose Rafael Moya Saavedra
El Sínodo sobre la
Sinodalidad ha despertado entusiasmo, escepticismo y no pocas sospechas.
Hay quienes ven en él una oportunidad histórica para transformar la Iglesia
desde sus cimientos, y quienes, con razón o temor, lo observan como una
maniobra confusa, manipulada o simplemente simbólica. En este texto, que nace
desde el lenguaje de las calles, de los márgenes y de las preguntas incómodas,
propongo una mirada más humana y más urbana: ¿qué diría Cristo si se sentara en
la banqueta del Sínodo?
Un proceso en tensión
El Papa Francisco ha
insistido: la sinodalidad no es un evento, es un proceso. No es una moda
eclesial, sino una conversión pastoral. Y sin embargo, las tensiones son
evidentes: los que piden reformas urgentes, los que se aferran a seguridades
doctrinales, los que no confían en que algo cambie realmente. En medio de esa
cuerda floja, hay una verdad que no podemos ignorar: muchas voces siguen fuera.
Silenciadas. Dudosas. Olvidadas.
La parábola del justo
¿Y si ese justo que puede
salvar a Sodoma —el que camina con verdad, aunque nadie lo escuche— ya está
sentado en una banqueta fuera del aula sinodal? ¿Y si es mujer, indígena, madre
buscadora, sacerdote silenciado, teólogo incómodo, joven que ama sin etiquetas?
¿Y si no lo invitaron a hablar, pero lleva años escribiendo en el margen del
cuaderno de Dios?
El Reino, como decía Jesús, no
se impone desde las alturas, sino que brota desde abajo. Y quizá hoy más que
nunca necesitamos escuchar al que duda, al que teme, al que se siente fuera.
Porque la sinodalidad será real no cuando todos hablen, sino cuando el más
olvidado también sea escuchado.
Voces desde la otra orilla
Estas palabras surgen de un
cruce de caminos. Amigos, líderes pastorales y creyentes comprometidos han
compartido conmigo su sentir sobre el Sínodo. Algunos celebran la posibilidad
de que se escuche a la base. Otros denuncian la lentitud institucional que
apenas mueve dos grados tras cientos de giros. Otros más preguntan con legítima
preocupación: "¿Quién está realmente detrás de todo esto? ¿No será otra
moda disfrazada de reforma?”
Una Iglesia que escucha debe saber oír también esas voces críticas. No todo el que cuestiona busca destruir. A veces, la duda es la forma más honesta de amar a una Iglesia que duele, pero que también se sueña.
Caminar juntos… de verdad
No basta con discursos sobre
sinodalidad. Hay que encarnar el proceso en la calle, en la parroquia, en el
consejo pastoral, en el joven que no se siente digno, en la mujer que ya no
espera que la escuchen. La sinodalidad empieza en la escucha real y termina en
la acción concreta.
Mientras haya uno —un justo,
un creyente honesto, un discípulo sin etiquetas— que camine con verdad, el
Reino seguirá latiendo.
No importa si lo anuncian
desde Roma… o si lo murmura el viento en la banqueta.
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