miércoles, 30 de abril de 2025

 


OTRA PERSPECTIVA

 Fogatas, no hornos: la alquimia verbal del fiscal Gertz

Opinion de Jose Rafael Moya Saavedra

Hay oficios que requieren precisión quirúrgica, otros que se manejan con bisturí político. Pero lo de Alejandro Gertz Manero es alquimia pura: transforma un campo de exterminio en un "centro de adiestramiento" con el mismo desenfado con el que uno convierte plomo en oro... o huesos en "material no concluyente".

El fiscal general apareció como quien entra a apagar un incendio con saliva, pero eso sí: saliva con doctorado. Llegó, dictó, concluyó y se fue. ¿Que se encontraron restos óseos, cientos de objetos personales, zapatos apilados como en una vitrina de museo del horror? Bah, eso son cosas menores. Lo importante era una sola cosa: que no hubo cremación. ¿Por qué? Porque no alcanzaron los 750 grados centígrados.

Así es. En la patria del "no se hagan bolas", ahora resulta que si no hay horno industrial, no hay exterminio. Si no hay flama Michelin, no hay crimen. Y si el fuego no huele a Auschwitz, entonces sólo fue una carne asada del narco con servicio de reclutamiento incluido.

Gertz, siempre tan técnico, nos regaló una parte forense con el alma de un notario y la puntería de un ilusionista. Donde las madres buscadoras ven campos de muerte, él ve Fogatas artesanales. Donde hay cráneos, él ve evidencia "insuficiente". Y donde huele a impunidad, él detecta aroma a gobernabilidad.

¡Y qué timing, caray! Justo ahora que Claudia Sheinbaum quiere consolidar su imagen de presidenta empática, científica, cercana al pueblo, aparece el fiscal con su informe para diluir la palabra "exterminio" como si fuera ácido muriático en una cubeta de léxico. Le regaló un favor político con envoltura institucional: no era campo de muerte, era curso de verano del CJNG. ¡Qué alivio!

Claro, las madres no tragan ese cuento. Guerreros Buscadores le contestaron con datos, restos, registros forenses, y con una frase demoledora: "No se atreva a negar lo que nosotras escarbamos con las uñas". Pero el fiscal, fiel a su estilo, aplica la máxima de la 4T: si no puedes borrar la evidencia, nómbrala diferente.

Y entonces lo que ocurrió en Teuchitlán no fue exterminio: fue "adiestramiento". No fue esclavitud forzada: fue "reclutamiento no convencional". No fueron restos calcinados: fueron "fragmentos ambiguos". Y nosotros, según él, debemos quedarnos muy tranquilos... porque no hubo horno. Sólo fogatas.

Qué alivio, ¿verdad?

El horror de Teuchitlán no necesita más pruebas. Necesita menos complicidad. Pero el fiscal, en vez de justicia, ofrece semántica. Y eso no cura, no sana, no encuentra. Sólo encubre. Si Gertz Manero no estuviera donde está, podría dar clases de narrativa en Hogwarts o poner un negocio de maquillaje verbal para dictaduras emergentes.

 La presidenta dice que estará del lado de las víctimas. Qué bueno. Pero ya es hora de que ese lado también incluya llamar las cosas por su nombre. Porque si al crimen se le dice operativo, a la cremación se le llama fogata, y a la impunidad se le dice prudencia institucional, entonces ya no sólo estamos enterrando cuerpos: estamos enterrando palabras. Y con ellas, la verdad.

Y esa, señor fiscal, no se apaga ni con 750 grados centígrados.

  PIE DE FOTO: Un perito observa los restos calcinados de ropa en un cuarto oscuro. Según la FGR, ahí no hubo exterminio, solo "fogatas". Las madres, en cambio, ven lo que Gertz no quiere nombrar. La verdad arde, aunque el informe diga lo contrario.

martes, 29 de abril de 2025

 



OTRA PERSPECTIVA

 Silencio, que Dios incomoda: Cuando el poder quiere callar a la Iglesia

Opinion de jose Rafael Moya Saavedra

 

 ESTRUCTURA FINAL DEL ENSAYO

Introducción: La voz incómoda que no se apaga

Capítulo I: Heridas viejas que no cicatrizan

Capítulo II: ¿Por qué callar? El miedo del poder

Capítulo III: Estrategias del silenciamiento

Capítulo IV: ¿Y la libertad de expresión? ¿Y la democracia?

Capítulo V: Testigos del Evangelio en tiempo de persecución

 Epílogo: No se trata de privilegios, se trata de libertad

Conclusión: Que hablen las piedras si el púlpito calla

 

 Introducción: La voz incómoda que no se apaga

 

A inicios de 2025, en plena antesala de las elecciones  judiciales, la presidenta Claudia Sheinbaum elogió públicamente a la Iglesia católica por su colaboración en programas sociales como el Plan Nacional de Desarme. En la Basílica de Guadalupe citó al papa Francisco y habló de unidad y construcción de paz.

Pero cuando se le cuestionó sobre la iniciativa de la Arquidiócesis para informar a los fieles sobre los perfiles de candidatos a jueces, su tono cambió. Fue clara: “La Iglesia tiene alcances… y hay otras cosas que ya no son parte de la legislación.”

Traducido: puede ayudar, pero no hablar.

Días después, la consejera presidenta del INE, Guadalupe Taddei, remató la idea:

“La separación Iglesia-Estado es contundente. No se puede.”

Y advirtió sanciones para cualquier intento eclesial de opinar o intervenir en el proceso electoral.

Ese doble discurso —donde se celebra a la Iglesia como aliada siempre que no opine— no es nuevo. Pero en este contexto, tampoco es neutral. Es, una vez más, la confirmación de que al poder no le incomoda la Iglesia que consuela, sino la que denuncia.

La historia del poder está marcada por sus fobias. Y una de las más persistentes —de Juárez a Ortega, de Calles a AMLO— ha sido el miedo a una Iglesia que habla. No a la que bautiza, no a la que entierra, no a la que bendice. Sino a la que acompaña. A la que arde.

En México y América Latina, la tensión entre Iglesia y Estado no es un accidente ni una anomalía: es un conflicto de fondo, estructural y, en muchos casos, irresuelto. Cuando la Iglesia alza la voz para recordar que la dignidad humana vale más que la narrativa oficial, se convierte en un objetivo político.

Hoy, en pleno 2025, el intento de silenciar a líderes religiosos —ya sea mediante leyes restrictivas, persecución judicial, vigilancia administrativa o asesinatos impunes— no es una cuestión doctrinal: es un síntoma de poder temeroso. Porque cuando un gobierno se incomoda ante una homilía, es porque sabe que el púlpito aún tiene poder para despertar conciencias.

Este ensayo busca recorrer los motivos históricos, los mecanismos modernos y las consecuencias éticas de ese intento constante por silenciar a la Iglesia. Y lo hace desde una convicción simple pero incómoda para el régimen:

La voz de los profetas no cabe en los protocolos del poder.

 

Capitulo I.    Heridas viejas que no cicatrizan

La historia de un conflicto que aún arde

El intento de callar a la Iglesia en México no comenzó con las mañaneras ni con las sanciones del INE. Tiene raíces profundas, hundidas en las Leyes de Reforma, en la Constitución de 1857 y en la sangre de los cristeros.

Benito Juárez y los liberales del siglo XIX, inspirados por el modelo francés, promovieron un Estado laico para romper el dominio eclesial heredado de la Colonia. Pero esa ruptura no fue pacífica ni equilibrada: fue impuesta con fuerza, con confiscaciones, con fusilamientos y con la idea de que la Iglesia debía replegarse al ámbito privado. Nada de púlpitos con voz pública.

Con la Constitución de 1917, México se convirtió en un laboratorio radical de laicidad. El artículo 130 negó a los sacerdotes derechos básicos como el voto, la libertad de expresión y la posibilidad de vestir sotana fuera del templo. Las iglesias se volvieron propiedad de la Nación. La fe, un asunto permitido... pero vigilado.

El conflicto escaló hasta el punto de la Guerra Cristera (1926-1929). Más de 250,000 muertos, mártires canonizados, un grito de resistencia: ¡Viva Cristo Rey! Fue un intento del pueblo creyente por recuperar la libertad que el Estado revolucionario le había arrebatado en nombre de la modernidad.

Las reformas de 1992 suavizaron el conflicto, reconociendo la personalidad jurídica de las iglesias. Pero el espíritu de sospecha permaneció. Hoy la Iglesia puede existir, pero no debe molestar. Puede consolar, pero no denunciar. Puede rezar, pero no criticar.

La herida no cicatrizó. Solo se disfrazó de neutralidad jurídica.

Capitulo II. ¿Por qué callar? El miedo del poder

El púlpito como amenaza política

Los gobiernos no le temen a la liturgia. Le temen al mensaje. Cuando un sacerdote predica sobre justicia, sobre corrupción, sobre el dolor de las víctimas, está ejerciendo una función profética que el poder político no puede controlar.

El problema no es teológico: es político. En los últimos años, la investigación abierta contra más de 60 obispos y sacerdotes en México, las amenazas veladas desde el púlpito presidencial, y la vigilancia a templos críticos reflejan una estrategia clara: censurar sin censura, silenciar sin sangre, desactivar sin declarar la guerra.

En Nicaragua, Daniel Ortega encarceló obispos, exilió sacerdotes, confiscó parroquias. En Cuba, se multa, se vigila, se intimida. En Venezuela, se profanan templos. En México, el asesinato del padre Marcelo Pérez, defensor de comunidades indígenas en Chiapas, no fue una excepción: fue un mensaje. Y la desaparición temporal del sacerdote Jesús Yovani Gómez confirmó que predicar con coraje puede costar la vida.

¿Por qué callar a la Iglesia? Porque su voz no necesita concesiones de radio ni tiempo oficial. Porque su palabra puede más que mil spots. Porque cuando la Iglesia habla desde el Evangelio, expone las mentiras del sistema, incomoda al Estado y revela el vacío del discurso oficial.

Capitulo III. Estrategias del silenciamiento

Cuando el Estado impone el silencio con sotana ajena

En los manuales del poder, silenciar a una voz crítica puede hacerse de muchas formas. Algunas son burdas, otras sofisticadas. Algunas disparan, otras legislan. Lo cierto es que la censura no necesita gritar para imponerse: basta con disfrazarse de norma, con citar la Constitución, o con aplicar reglamentos pensados más para domesticar que para proteger.

En México y América Latina, las estrategias del silenciamiento contra la Iglesia han evolucionado, pero su objetivo sigue siendo el mismo: que la fe no se convierta en disidencia. Que el Evangelio no sea usado como espejo, sino como decoración.

Aquí presentamos una tipología comparada de las formas en que los gobiernos silencian la voz religiosa:

Cuadro 1: Tipos de silenciamiento y sus mecanismos

Detalle por categoría

Legal

En nombre de la laicidad, el Estado mexicano ha legislado para impedir que los ministros de culto participen en la vida política. Aunque esto busca evitar privilegios clericales, en la práctica se convierte en censura selectiva. El artículo 130 de la Constitución sigue negando a sacerdotes derechos que sí gozan otros ciudadanos: libertad de expresión, asociación política, participación social.

Administrativo

Se aplican obstáculos burocráticos que frenan la acción pastoral: negar permisos para eventos públicos, condicionar el uso de espacios comunitarios, retrasar trámites de regularización. Muchos sacerdotes en zonas indígenas denuncian que sus actividades sociales son vigiladas como si fueran conspiraciones.

Simbólico y mediático

Desde el discurso presidencial se ha señalado a líderes religiosos que opinan sobre temas públicos. El mensaje es sutil pero claro: "háganse a un lado, no les toca hablar." En medios oficiales se difunde la idea de que la Iglesia quiere recuperar poder, manipulando el miedo a una "teocracia". Nada más alejado de la realidad: lo que la Iglesia reclama es poder decir la verdad sin ser perseguida.

Violento

Cuando la legalidad no basta, entra la represión. En Nicaragua, los sacerdotes están presos por predicar la justicia. En México, el asesinato de Marcelo Pérez se suma a una larga lista de crímenes contra religiosos que trabajan con los más pobres. Nadie en el poder ofrece explicaciones. Pero el silencio institucional es también una forma de complicidad.

En todos los casos, el patrón es evidente: el poder quiere una Iglesia presente pero pasiva, visible pero silenciada, tolerada pero neutral. Y esa no es la Iglesia de los profetas. Ni de los mártires. Ni de Cristo.

Capitulo IV. ¿Y la libertad de expresión? ¿Y la democracia?

Cuando callar al clero se vuelve un síntoma de debilidad del poder

Una democracia auténtica no se mide por la cantidad de elecciones que realiza, sino por la pluralidad de voces que permite hablar sin miedo. La libertad de expresión es, en este sentido, el termómetro de la salud democrática. Si solo se permite opinar a quienes aplauden al poder, ya no se vive en democracia: se vive en simulacro.

En México, los ministros de culto están sometidos a una de las restricciones más duras en el mundo democrático: no pueden hablar públicamente sobre política, no pueden influir en el voto, no pueden siquiera dar una opinión crítica en tiempos electorales sin exponerse a sanciones.

Y esto, aunque esté amparado en la Constitución, no lo hace justo.

Una libertad recortada

El artículo 130 constitucional prohíbe a los sacerdotes:

·       Hacer proselitismo.

·       Asociarse con fines políticos.

·       Realizar críticas públicas a partidos o gobiernos.

El argumento oficial es claro: proteger la laicidad. Pero en la práctica, se convierte en una mordaza legal que excluye a los líderes religiosos del espacio público.

Un influencer puede opinar. Un empresario puede patrocinar campañas. Un periodista puede editorializar.

Pero un cura no puede decir: “no votes por los corruptos”, sin que lo amenacen con una denuncia ante el INE.

Cuadro 2: Comparación de libertad de expresión según el actor

Comparación internacional: laicidad y libertad religiosa en perspectiva

El modelo mexicano de relación Iglesia-Estado no existe en el vacío. Compararlo con otros modelos nos permite dimensionar sus alcances, límites y contradicciones.

En Francia, heredera de una laicidad radical posrevolucionaria, el Estado impone una separación estricta que incluso prohíbe símbolos religiosos en espacios públicos. La religión debe mantenerse completamente al margen de la esfera estatal. Esto ha generado tensiones constantes con comunidades creyentes, especialmente musulmanas y judías.

En contraste, Estados Unidos defiende con firmeza la libertad religiosa, incluso para que líderes religiosos participen en el debate público. Los ministros pueden hablar de política desde el púlpito, siempre que no violen normas fiscales específicas. La Primera Enmienda garantiza tanto la libertad de culto como la libertad de expresión, permitiendo una presencia activa pero no dominante de lo religioso en el ámbito público.

México, en cambio, mantiene un modelo híbrido: proclama laicidad, pero oscila entre la desconfianza institucional y la censura jurídica.

 

“Mientras en Francia la laicidad impone un modelo excluyente, y en Estados Unidos se defiende el derecho del clero a participar en el debate público, México se mantiene en un modelo híbrido que mezcla desconfianza institucional con censura jurídica.”

Este contexto muestra que los marcos jurídicos pueden —y deben— evolucionar, no para permitir privilegios eclesiales, sino para garantizar que la voz moral no sea silenciada por el miedo del poder.

Lo que dice el Estado... y lo que siente la sociedad

La defensa del Estado laico en México no solo se expresa desde las instituciones. También habita en la memoria colectiva de una nación que vivió una ruptura histórica con el poder eclesiástico. Sin embargo, el México del siglo XXI ya no es el mismo país que firmó las Leyes de Reforma ni el que sangró en la Guerra Cristera.

La percepción ciudadana sobre el papel de la Iglesia ha evolucionado, y con ella, la sensibilidad sobre su intervención en asuntos públicos.

1. Mayor empatía en temas sociales

La sociedad mexicana ha mostrado una creciente simpatía hacia la Iglesia cuando interviene en la denuncia de la violencia, particularmente tras el asesinato de dos jesuitas en Chihuahua en 2022. Incluso sectores tradicionalmente laicistas valoraron su papel como conciencia moral frente a la inseguridad. Convocatorias como los compromisos por la paz, impulsados por la Conferencia del Episcopado Mexicano, han sido bien recibidas incluso por grupos seculares.

 2. Normalización del discurso religioso en la política

A diferencia de décadas anteriores, las referencias religiosas en campañas ya no causan escándalo. Candidatos que agradecen a la Virgen o apelan a Dios en sus discursos no son percibidos como rupturas del orden laico, sino como parte del lenguaje político-cultural. Esto es particularmente notable en regiones con alta presencia evangélica o en comunidades del norte del país.

 3. Polarización en torno al papel político de la Iglesia

Sin embargo, la sociedad está dividida:

·       Para algunos, la Iglesia debe guiar moralmente y denunciar el mal.

·       Para otros, cualquier voz religiosa en lo político es un riesgo para la equidad electoral y el voto libre. Este sector exige al INE que sancione con firmeza cualquier acción que se perciba como proselitismo desde los púlpitos.

4. La herencia laica sigue viva

A pesar de estos cambios, una parte importante de la población sigue defendiendo la separación estricta entre religión y política. Se rechaza que los ministros tengan doble poder —moral y político— y aunque se reconoce su derecho a votar como ciudadanos, se cuestiona su derecho a opinar públicamente en tiempos electorales.

Esta diversidad de percepciones muestra que el Estado no puede seguir justificando la censura total con base en un modelo de laicidad que ya no representa ni siquiera a toda la sociedad. La ciudadanía, en buena medida, está dispuesta a escuchar a la Iglesia cuando habla desde el dolor y la justicia. Lo que no acepta —y con razón— es que esa voz se use para manipular el voto o imponer agendas partidistas.

Aquí está el punto clave:

No se trata de callar a la Iglesia, sino de delimitar su voz sin criminalizarla.

 

 

Viñeta simbólica: La Virgen en la falda y la ley en la boca

Durante su campaña presidencial, Claudia Sheinbaum, científica y mujer declaradamente no religiosa, causó revuelo al aparecer públicamente con una falda bordada con la imagen de la Virgen de Guadalupe, símbolo profundamente católico y culturalmente identitario en México.

Cuando se le cuestionó, aclaró:

“Respeto todas las religiones... Creo en el Estado laico. No puedes ladearte con una religión y no con otra.”

Paradójicamente, esa imagen guadalupana convivía con sus declaraciones tajantes sobre los límites legales de la Iglesia en los procesos electorales, subrayando que “hay cosas que ya no son parte de la legislación.”

Este gesto —vestir lo religioso como identidad cultural mientras se limita jurídicamente su expresión crítica— resume la ambigüedad del Estado mexicano:

·       Se tolera lo religioso cuando embellece la narrativa nacionalista,

·       pero se reprime cuando cuestiona al poder o moviliza conciencias.

No se trata de fe. Se trata de control.

 

Capitulo V. Testigos del Evangelio en tiempo de persecución

Cuando hablar de Cristo cuesta la vida… o la libertad

El Evangelio no es un texto neutro. Es una provocación. Una buena nueva que incomoda, que denuncia, que redime lo que el poder intenta enterrar. Por eso, cuando se predica con honestidad y se vive con consecuencia, se convierte en amenaza. No solo espiritual, sino política.

Hoy, en América Latina, ser sacerdote, religiosa o laico comprometido es una vocación de riesgo, especialmente cuando se elige acompañar a los pobres, a las víctimas, a las comunidades silenciadas. La persecución religiosa no ha desaparecido; ha cambiado de rostro. De la cruz al expediente. Del martirio al destierro. Del calabozo al desprestigio.

Mártires contemporáneos: sangre que aún habla

En México, el asesinato del padre Marcelo Pérez en 2024 no fue un caso aislado. Fue un punto en la línea de una violencia estructural: más de 25 sacerdotes asesinados entre 2010 y 2024, la mayoría en zonas de alta conflictividad social. Todos con una constante: acompañaban a los excluidos, denunciaban al crimen, predicaban justicia.

El caso del sacerdote Jesús Yovani Gómez, desaparecido en Sinaloa durante 48 horas, también refleja la vulnerabilidad real de los líderes religiosos que se atreven a no callar.

En Nicaragua, el régimen de Daniel Ortega ha encarcelado obispos, expulsado misioneros, clausurado universidades católicas y convertido parroquias en objetivos militares. Más de 160 religiosos han sido forzados al exilio desde 2018.

En Cuba, el control es más sutil pero no menos opresivo: detenciones breves, vigilancia permanente, restricciones a la movilidad y multas a sacerdotes por predicar lo que el Estado considera “discurso político”.

En Venezuela, el acoso es cotidiano: templos profanados, ataques a procesiones, seguimiento a obispos críticos.

Cuadro 3: Persecución actual a la Iglesia en América Latina (2024–2025)

 Ser testigo hoy: coraje, fe… y peligro

El testigo no es un espectador. Es alguien que vive, sufre y proclama la verdad. Ser testigo del Evangelio en este contexto no es una elección litúrgica: es una decisión profundamente política.

Porque implica decir:

·       Que la dignidad no se negocia.

·       Que la violencia no es normal.

·       Que la verdad no debe callarse, aunque cueste caro.

El caso de la obispa episcopal Mariann Edgar Budde en Estados Unidos, quien pidió misericordia al presidente Trump en plena ceremonia oficial, es un espejo para nuestra región. Fue llamada radical, fue descalificada, pero no se retractó.

“Nuestro Dios nos enseña a ser misericordiosos con el extranjero, porque todos fuimos extranjeros en esta tierra.”

Así habló. Y así se incomodó al poder.

Cuando la sangre es semilla

El martirio hoy no es siempre muerte física. A veces es perder el derecho a predicar. A veces es ser llamado “enemigo del Estado”. A veces es vivir exiliado por decir que el Evangelio exige justicia. Pero esa renuncia no es derrota: es semilla.

“Callaron su voz, pero no su mensaje. Mataron su cuerpo, pero no su fe.”

Y esa es la paradoja que el poder no entiende: mientras más intenta silenciar a la Iglesia, más visible se hace su testimonio.

 

Epílogo: No se trata de privilegios, se trata de libertad

Llegado el final de este recorrido, no se trata de reclamar privilegios para la Iglesia. Tampoco de desdibujar los límites entre lo religioso y lo político. Se trata, más bien, de reconocer el derecho de toda voz moral a existir sin ser perseguida. Se trata de la libertad, esa que no debería aplicarse con criterio selectivo.

En el México del siglo XXI, es urgente avanzar hacia un modelo de laicidad que no excluya ni silencie, sino que regule sin discriminar. La voz religiosa, cuando se expresa desde la conciencia, el consuelo y la justicia, no es un riesgo para la democracia. Es uno de sus cimientos.

Propuestas de solución:

1.    Reforma del Artículo 130 Constitucional: permitir que los ministros de culto puedan expresar opiniones sobre asuntos públicos sin incurrir en sanciones, siempre que no llamen al voto partidista ni participen activamente en campañas.

2.    Mecanismos de diálogo permanente Estado-Iglesias: crear consejos consultivos plurirreligiosos que acompañen procesos sociales, de paz, migración, ecología y seguridad, sin interferencia electoral pero con legitimidad moral.

3.    Observatorios de libertad religiosa: integrar organismos ciudadanos e internacionales que documenten casos de censura, represión o discriminación contra líderes religiosos.

4.    Formación ciudadana sobre laicidad inclusiva: promover campañas y materiales educativos que enseñen que la laicidad no es censura, sino convivencia entre diversidad de creencias, convicciones y voces.

5.    Transparencia en sanciones del INE y criterios claros: asegurar que las resoluciones del INE sobre participación religiosa no estén sujetas a interpretaciones políticas, sino a principios de equidad y proporcionalidad.

México no necesita una Iglesia sometida ni un Estado confesional. Necesita una democracia que no les tema a las voces que arden.

Porque si la libertad de expresión no alcanza para todos —incluidos los profetas—, entonces no es libertad. Es concesión.

Conclusión: Que hablen las piedras si el púlpito calla

Hay silencios que son prudentes. Y hay silencios que son crímenes.

Cuando el Estado exige que la Iglesia calle, no busca equilibrio: busca impunidad. Lo que el poder realmente no tolera es que alguien nombre lo que quiere ocultar: los desaparecidos, los pobres, los desplazados, la mentira. Por eso teme al púlpito. Por eso investiga al obispo. Por eso amenaza al sacerdote que acompaña a los que duelen.

Pero el Evangelio no fue escrito para adornar discursos, sino para encarnar la verdad en medio de los pueblos. Y esa verdad —incluso cuando incomoda, incluso cuando duele— es lo único que no se puede matar.

En México, en Nicaragua, en Cuba, en Venezuela… cada vez que un gobierno intenta silenciar a la Iglesia, revive la pregunta fundacional:

¿Quién tiene miedo de que se diga la verdad?

Porque si los profetas callan, hablarán las piedras.

Si los altares se apagan, el pueblo encenderá veladoras con rabia y fe.

Si se pretende una Iglesia muda, decorativa, útil solo para bendecir la injusticia, entonces no será la Iglesia de Cristo, sino un ministerio más del régimen.

La Iglesia que incomoda es la que sigue a un Dios crucificado.

Y ese Dios resucita en cada homilía que resiste, en cada mártir que denuncia, en cada comunidad que se niega a obedecer el silencio.

Así que no.

No van a callarla.

Porque su voz no viene del poder, sino del pueblo.

Y porque Dios incomoda… cuando aún camina entre los suyos.

 

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